15. La función debe acabar
Isaac Alexander trajo consigo rosquillas glaseadas para todo aquel que se cruzara por su camino esa mañana. Estaba de muy buen humor. Incluso, Hari, el guardia del complejo de oficinas, notó cierto nuevo aura a su alrededor apenas cruzó por la puerta, o eso dijo él —enigmáticamente— con una enorme sonrisa en los labios. El empresario lucía y se sentía radiante. Él ni siquiera podía recordar cuando fue la última vez que desayunó algo dulce por la mañana. —Buenos días, ¿una rosquilla? La joven recepcionista miró a su jefe como si a este le hubiese salido una segunda cabeza del cuello, pero tomó el dulce con una sonrisa tímida y un asentimiento educado. —Muchas gracias, señor Alexander, me alegra verlo de tan buen humor hoy. —Así es, Lucy —respondió encogiéndose de hombros—. Hoy mi día no puede ser más perfecto. Isaac repitió el proceso con cada empleado que se encontró de camino a su oficina, hasta que llegó al escritorio d
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