ClaudiaÉl cambió. Ya no me mira con el intenso amor que antes destellaba en sus ojos. Y no lo culpo. Me ausenté por muchos años, estuvo solo cuando nuestra bebé falleció, tuvo que criar a Serena por su cuenta mientras yo estaba hundida en un hoyo oscuro, y todo eso lo empujó lejos de mí. He intentado ignorarlo, me he dicho que debo darle tiempo para retomar el ritmo de nuestro matrimonio, pero su infelicidad silenciosa grita fuerte. Él está aquí, justo frente a mí, y lo siento a miles de kilómetros. A un lado, se encuentra Serena, mi dulce niña de ojos verdes y cabello dorado. Hay una tristeza en sus ojos que pretende ocultar pero que es visible para mí. Es mi hija, la tuve en el vientre, la conozco. Sé que sufrió, que mi ausencia marcó su corazón, y me duele saber que la herí de esa forma. Mi psiquiatra dice que no me culpe, que era imposible para mí controlar lo que pasó hace cinco años, pero el sentimiento está ahí, nadando en mi pecho. Mi niña creció sin una madre, perdió a su he
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