LETICIAAlessandro y yo bailamos mientras los invitados nos contemplaban, curiosos. Era cierto que nunca había bailado antes con él y me sentí repentinamente dolida por la falta de aquella clase de pequeñas experiencias en nuestra relación, aunque tampoco podía darle ese mote a lo que teníamos en aquel momento, y, para ser franca, tampoco tenía la más pálida idea de qué éramos exactamente, porque todo surgió de un chantaje derivado a un trato, donde no había habido cortejo, ni nos habíamos citado nunca, y sin embargo, lo amaba con una pasión que parecía crecer más y más a cada momento.—¿Cuándo vas a empezar a hablarme otra vez? —susurré, en tanto nuestros pies se movían al son de la música.—Nunca dejé de hablarte, y lo más probable es que, o no me creas o no te interese escuchar lo que yo pueda decirte.—Pues, lo siento… —mascullé entre dientes, al hecho de creer en Leah y no confiar en él—. ¿Qué más quieres que haga? ¿Arrastrarme?—No es mala idea —admitió con sorna.—Entonces, de
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