XI —Jasha —habló en voz muy baja Kei, viéndolo con firmeza—. Quiero que en este momento me mires, entero. Este soy yo, no más, no menos. Tú, aparte de mi madre, me has visto desnudo, me has tenido en tus brazos y solo tú me has hecho el amor, porque creo que fue con amor. Todo lo que ves, es Kei Kanzaki, este hombre que creerá cualquier cosa que le digas, este perdedor que estuvo destrozado y que tú te encargaste de unir pieza por pieza. Quiero que me mires y me digas que no me amas, que no me deseas, y entonces saldrás de aquí y nunca jamás volveremos a vernos más allá de las competencias; pero debe ser aquí y ahora. Jasha estaba abrumado por esas palabras. Lo miró y se dio cuenta que del niño llorón que conoció, no quedaba nada. Que era un hombre que soportaría, lucharía y sobreviviría y de no ser así, partiría a su lado. Por eso se enamoró tanto, porque veían en él esa fuerza extraordinaria que lo acompañaría hasta la muerte de ser necesario. En ese momento miró a la puerta y len
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