“... La navaja rozó mi cuello. —¡Escúchame, idiota, no se te ocurra intentar...! De un ágil movimiento, Demián levantó su arma y disparó una vez. Cerré los ojos y contuve un grito. Un segundo después, el hombre me liberó. Vi su mano soltar la navaja y casi al mismo tiempo, escuché su pesado cuerpo impactarse contra el suelo. Temerosa, no me volví, aunque sabía que había muerto. Solo permanecí allí, de pie, temblando cómo una hoja. Apenas un instante más tarde, Demián llegó hasta mí y me abrazó con fuerza. Yo no le devolví el abrazo, aunque tampoco me negué. —Tranquila, ya estoy aquí —musitó acariciándome la cabeza—. Lamento haberme tardado tanto. Al principio no reaccioné, solo miré a sus hombres recorrer la casa entre disparos, gritos, órdenes, y mucho tumulto. ¿Estaban matando a todos lo que se hallaban allí? Parecía ser así. —¿Livy...? Demián se alejó un poco para poder verme a la cara. Entonces, cuando vi su ceño fruncido a causa de la preocupación y la angustia
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