Lo vi claramente al igual que el día, caminando a través del inmenso jardín bajo los árboles; lo seguí sin mirar atrás, me empujaba el deseo intenso de alcanzarlo. Repentinamente, él se detuvo, aún continuaba de espalda bajo la sombra de aquellas imponentes ramas, mi corazón latía tan rápido, el aroma que emanaba de su piel me descontrolaba; alcé mi mano para tocarlo, en ese instante él giró quedando frente a mí. Me sentí envuelta en el calor de su cercanía, la mayoría de los rostros desaparecían de mi memoria, incluso de mis sueños, comprendí que el suyo no había desaparecido jamás, siempre había estado ahí como un estigma. Adrián caminó hasta donde yo me encontraba, ya cerca colocó una de sus manos debajo de mi barbilla y levantó mi rostro hasta la altura de su cara, por un momento creí perderme dentro de ese hermoso mundo que eran sus ojos.—Elegida —susurró, me pendí nuevamente de su mirada; el ardor que había en esos ojos me llenaba de una infinita paz y de una increíble lujuria
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