Preparo mi mejor cara de póker, porque no pienso enviarle ninguna señal; abro la puerta y lo enfrento, sintiendo mi corazón acelerado y una fuerte opresión en el pecho. La presencia de Nathan es imponente, me deja absorta y fascinada. Es su mirada, es su fragancia, es esa inexplicable conexión que hay entre los dos, como un hilo invisible que nos une. Pero me niego a dejarle saber que tiene ese poder sobre mí y reacciono en consecuencia. —¿Cómo me encontraste? —pregunto arisca. —Tocando muchas puertas —responde, mirando al interior de mi apartamento durante un breve momento. Y aunque me cuesta creer que ha tocado cada puerta del edificio hasta este piso, no se lo cuestiono—. ¿Vives aquí ahora? —Parece interesado, aunque no tengo ninguna intención de saciar su curiosidad. —¿Qué quieres?, ¿por qué estás aquí? —interrogo con la misma actitud, no puedo bajar la guardia. Él traga saliva y me observa enmudecido, buscando las palabras correctas, o sin saber qué decir, no estoy segura. Su
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