Pasaron lustros, mareas y noches, pasó también la tormenta que bauticé con su nombre, el abandono eterno y el frío hecho eco que calaba los huesos.Pasó el viento sobre una espalda y acalló el grito ahogado de mi carne. Pasó la vida hecha brisa y, salobre, carcomió el recuerdo de este cuerpo hecho agua por las lágrimas, por el peso de la verdad zumbando en mis oídos; Que él era un monstruo y yo siempre lo supe.La eternidad puede ser un suspiro ante los ojos de quien atesora el tiempo, pero mientras lo buscaba, mientras seguía el putrefacto aroma de su carne, la eternidad se imponía como un estancado reloj de arena, y cada paso parecía una vida, cada camino que recorría parecía una y otra vez repetir el eco de un pequeño grano de arena cayendo lentamente.Pero cada cosa tiene su inicio, cada cosa tiene su final, y nuestro final llegó una noche de neblina cuando por fin encontré su escondite.En medio de la gente, camuflado cuál camaleón, viviendo la vida nocturna de una ciudad alborot
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