CAPÍTULO 39. Una trampa
Victoria se miró al espejo. Llevaba un vestido de un celeste muy claro que rozaba el suelo, y sobre el antebrazo una mantilla del mismo color, para cubrirse la cabeza en la iglesia. Había preparado aquel día a la perfección, y Franco también lo había hecho.La mansión había sido cableada hasta la última habitación, había más micrófonos que en un karaoke y más cámaras que en el Pentágono; pero eso garantizaba que el plan de Franco diera resultado donde quiera que se vieran obligados a llevarlo a cabo.La misa transcurrió sin inconveniente, y el bautizo de Massimo fue sencillo pero muy lindo. Vitto se notaba hinchado de orgullo y su esposa Antonella no quería soltar a Massimo, y lo paseaba entre los invitados como si fuera el primero de sus nietos.—Creo que va a ser una madrina consentidora… —se rio Victoria.—No tienes idea —le aseguró Vitto, mirando a su esposa con amor—. Nuestras mujeres son duras, Mamma, están obligadas a serlo, pero por dentro son tan madres como cualquier otra mu
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