En la habitación, Madame Mariel sacó un montón de ropa y accesorios: vestidos, conjuntos, trajes, abrigos. Yo permanecí en la cama, mirando ese espectáculo con expresión ausente. ¿Ella ya se había marchado? Cuando el señor Demián me obligó a subir y dejarlos solos, ella se veía algo enfadada. Y no era para menos, yo me acostaba y vivía con su prometido, como una completa zorra. —¿Te sientes culpable? —preguntó Madame de pronto. La miré. —Si. Yo... yo no lo sabía, de haberlo hecho, jamás habría aceptado venir aquí. Ella caminó hacia mí, y con cuidado colocó un vestido negro en la cama, justo a mi lado. Después sacó unos altos zapatos rojos de fina aguja. —No tienes porqué, ellos mantienen una relación sin restricciones —dijo con calma, cómo si no fuera nada del otro mundo—. Él lleva años trayendo y frecuentando a otras mujeres, y la señorita Gisel lo acepta, también tiene sus aventuras con otros hombres. Luego de eso ya no dije nada, me mantuve callada, procesando toda esa
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