Katherine era más que consciente de que había una fuerza que tiraba de ella hacia Daniel, le hacía perder la noción del tiempo, se le olvidaba respirar, su corazón se saltaba tres latidos cada vez que lo sentía tan cerca. Su memoria no dejaba de atormentarla con imágenes de su cuerpo debajo de la alcachofa en la ducha. Sus brazos, su espalda, sus músculos, los glúteos, ¡por lo más sagrado en el cielo! Él logró colarse por su piel y calar hasta en los huesos. Tanto que aun cuando se hubo propuesto ignorarlo, evitarlo, mantenerse lejos de él, se sorprendía buscándolo entre la gente de la hacienda. Estaba mal, muy mal. Así que durante los días que él se mantenía ocupado con cada pormenor de la hacienda, ella decidió aprender a ser útil y convertir su miedo en valentía. —¿Está segura, señora? —Camilo inquirió sorprendido por su resolución. —Claro que lo estoy. ¿Acaso no me crees capaz? —arguyó ella con seriedad. —No, cómo cree. Es solo que…, bueno, no quiero que se accidente y luego,
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