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Cobarde
Katherine se levantó esa mañana dispuesta a no fustigarse con los recuerdos de su deplorable comportamiento la noche anterior. Aquellos impulsos no la llevarían a nada bueno, y dejaba mucho qué decir de su carácter. Si bien, no acostumbraba a disminuir su talante, tampoco era tan intrépida como para hacer lo de la noche anterior. Cuando estaba con Daniel parecía que algo la poseía. Debía controlarse si no quería salir perdiendo en esa especie de batalla que ambos libraban. Algo que sobresalía debajo de la puerta de su recámara, llamó su atención. Desdobló la pequeña hoja y leyó con rapidez. No quise despertarte tan temprano… Estaré fuera por tres días. No hubiera querido dejarte sola, pero es necesario. ¡Lo siento! DG. —Genial, después de todo lo que ha pasado, él se va dejándome encerrada en esta hacienda y deja una nota como para que no te quejes —bufó mientras dejaba la hoja sobre el buró al lado de su cama y salía hacia el balcón a ver el amanecer como de costumbre. Aquel
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Error de cálculo
Dentro de la tristeza abundante y aquellas nubes que se posaban en su cielo en cuanto esta aparecía, los dos días tras la partida de Daniel parecían ser normales. Al menos eso se presumía hasta la tarde del segundo día. Eduardo tampoco apareció por la hacienda esos días, cosa que le extrañó a Katherine. Sobre todo, en ausencia de su esposo. Aunque esa tarde todo se volvió extraño. Varios animales comenzaron a enfermar de manera inexplicable, así que, el capataz de El Centinela consideró prudente llamar al veterinario, aunado a eso, algunos animales intentando escapar derribaron un tramo de la cerca; una res quedó atrapada en la alambrada y hubo que sacrificarla. Sergio le informó a Katherine lo sucedido, pero no era mucho lo que ella podía hacer, no tenía experiencia en ese ámbito y para más colmo se vino a dañar todo justo cuando Daniel no estaba para atenderlo. Qué iba a saber ella de qué se debía hacer, si ni siquiera hubo considerado todo el peligro al que se exponía cuando salía
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Todo por culpa de las emociones
Lo intentaba, sabía Dios cuánto empeño ponía ella en calmarse. Aún podía escuchar con claridad la voz de aquella fulana en el teléfono. También como se oía la voz de Daniel al tratar de apaciguar las cosas, pudo haberse detenido, pudo callarse y usar el decoro con el que fue instruida por Anna para no hacer escenas en público que la pusieran en el ojo de los críticos con vida más amoral que cualquiera. Esa sociedad doble cara que tendía a juzgar las fallas en el otro y que en ellos abundaba. Una de la que provenía. —Estúpida, estúpida, tú y tus tontos sentimientos hacia ese imbécil. Te creía más inteligente, Katherine Deveraux. Se supone que todo es de papel, no debías involucrar nada más que tus intereses personales, eres una tonta y una idiota, una pendeja, eso… pendeja —se increpó, mientras sentía arder sus mejillas y sus ojos picaban por las lágrimas. —Quiero matarlo…, quiero odiarlo, necesito odiarlo. Quiero morirme por ser tan ilusa, tan… —Sollozó. —¿Señora? —La voz de Marina
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Arrepentimiento
Durante el viaje a casa, Daniel no dejó de pensar en Katherine y su tan palpable molestia, se arrepintió de haber tomado aquel viaje en ese momento, pero necesitaba espacio para pensar mejor las cosas, aun cuando en el fondo sabía que no duraría ni dos días fuera. Esa tarde ansiaba volver, no tenía pensado quedarse en casa de su padre. Sin embargo, la esposa de su progenitor insistió, y en vista de que él no estaba, consideró permanecer allí un rato más luego del almuerzo, así descansar y ducharse antes de regresar, sólo que no sopesó en todos artilugios que Ivette podía emplear para envolverlo. Una vez que la tuvo frente a él, decidió de manera muy cándida, debía reconocerlo, poner fin a todo acercamiento posible entre ellos. Al final de cuenta debía cerrar ese ciclo con la única causante de su embrollo sentimental. Era lo más lógico. No obstante, cuando había definido el fin de la perturbada relación entre él e Ivette, todo terminó enredado con Katherine. En honor a la verdad, jam
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La decisión
Al final, Katherine se entregó al sueño, luego de haber escuchado su recopilación de música entre Cranberries, November rain de Guns and roses, Alone de Heart, caer en un estado depresivo con Look what you’ve done de Jet y Lost de Aqualung, su ánimo iba en picada y vertiginoso hacia la depresión, haciéndola de algún modo miserable. No importa cuánto quiso aparentar que todo estaba bien. Lo poco que se obligó a comer parecía plomo en su estómago. Al frente tenía un pronóstico nada alentador para un corazón roto. Las emociones que estremecían su mundo le mostraban de forma cruel, que el amor podía llegar a herir si no era correspondido. Y es que a veces, atormentan más las elucubraciones que las certezas. Se despertó de la duermevela cuando focos de luces asomaron por su ventana, que permanecía abierta, y el mullido sonido del motor del carro de Daniel se detuvo. Se levantó con sigilo y miró a hurtadillas por el balcón, él tardó en bajar y cuando al fin lo hizo, miró en dirección a su h
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Oportunidad y tentación
Katherine se removió entre las sábanas aún dormida, y sintió un frío atravesarla como si una brisa repentina entrara por la ventana, entonces abrió los ojos con pesadez para mirar el reloj sobre su buró. Eran las dos con cinco minutos de la madrugada, aguzó la vista hacia la ventana de su habitación y las cortinas se agitaron, no recordaba si las había cerrado. Sin embargo, nunca acostumbraba a dejarlas abiertas. Algo más llamó su atención dentro de la recámara, la sombra de una figura alta que dirigía su mirada cruda hacia ella, un par de ojos ámbar, que como oro sólido la contemplaban desde la lobreguez. Abrió la boca para gritar y no pudo. Todo intento se detuvo en su garganta, que de repente pareció cerrarse, aterrándola aún más, respiró profundo y observó cómo esa figura se aproximaba, saliendo de las sombras que la protegían y con el dedo índice a nivel de su boca le solicitó silencio. Pensó que en cualquier momento su corazón se detendría, una especie de vapor empezó a salir po
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¿Durmiendo con el enemigo?
Katherine permaneció atónita ante la decisión de Daniel, su corazón se saltó un par de latidos antes de poder si quiera hablar. ¿Cómo es que después de haber resuelto alejarse de todo lo que él le provocaba, el destino algo bizarro los unía? Daniel salió con premura de la habitación, aunque pareciera que disfrutaría de la primera vez durmiendo junto a su esposa, la verdad es que ni elucubraba todo eso, jamás se lo imaginó, menos después de presentir que, quizá para ese instante, ella lo odiaba. Pero no podía dejarla sola, por muy valiente que ella se mostrara, no encontraría dormir sabiéndola en peligro. Tal vez fuera su deseo de estar a su lado lo que lo llevó a tal determinación, o quizá sí estaba volviendo a caer en el amor. Regresó con ropa de dormir y unas toallas. —¿Qué haces? —Quiso saber ella, observándolo sin entender cómo era que llegaba para instalarse en su habitación, sobre todo, al percatarse de que se deshacía de la ropa frente a ella sin ninguna inhibición. —¿Vas a
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El intruso
A la mañana siguiente, la claridad despertó a Katherine, por muy imposible que le parecía dormir con el granuja de Daniel Gossec, lo había conseguido, se podría decir que durmió «como un bebé...», y en su interior se encontraba agradecida por haber tenido el gesto de quedarse, aun cuando estar frente a él era enervante y exacerbante hasta el límite. Daniel contrastaba muchas veces con lo que decía y hacía. Poniendo cada escena en colación, podía notarlo en los detalles que tenía para con ella. La hizo sentir cómoda, a pesar de que en un principio las discusiones eran asiduas en ambos e incómodas. Aun así, le permitía establecer una zona de confort algo extraña, ya que no eran obligados a compartir el aire que respiraban, excepto a la hora de las comidas, o si por casualidad se encontraban en alguna parte de la hacienda. La noche anterior fue tan dulce al principio y luego tan bestia para rematar, que terminó odiándolo, no así, durmió gracias a su compañía que la hizo sentir segura, p
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El fuego en nuestros ojos
Katherine no era consciente de que se encontraba frente a él, vistiendo el pijama más sexi que tenía. Anna se lo regaló en su último cumpleaños. —¡Ángel! —Tuvo que aclararse la garganta antes de continuar—: ¿Estás…? ¿Estás bien? —Claro, aunque hace unos minutos estaba más que bien, dispuesta a dormirme —protestó ella cruzada de brazos, haciendo que sus pechos se vieran más prominentes y, por ende, tentadores. Daniel tuvo que hacer un gran esfuerzo por no dejarse llevar por el deseo que comenzaba a despertarse en su entrepierna, tomarla entre besos fervientes y adentrarse con ella en la habitación. La deseaba y no se debía al extenso verano por el que estaba atravesando. «Piensa con la cabeza correcta». —Lamento no haber venido a comer contigo, debía arreglar un montón de cosas y supervisar otras… —Ella fingió que no le interesaba al fruncir el ceño. —No tienes que disculparte. —¿Estás molesta? —No. —Mintió. —¿Puedo pasar? —Claro que no. —Ella usó un tono desdeñoso. ¡Claro q
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La distancia parece la cura
Katherine era más que consciente de que había una fuerza que tiraba de ella hacia Daniel, le hacía perder la noción del tiempo, se le olvidaba respirar, su corazón se saltaba tres latidos cada vez que lo sentía tan cerca. Su memoria no dejaba de atormentarla con imágenes de su cuerpo debajo de la alcachofa en la ducha. Sus brazos, su espalda, sus músculos, los glúteos, ¡por lo más sagrado en el cielo! Él logró colarse por su piel y calar hasta en los huesos. Tanto que aun cuando se hubo propuesto ignorarlo, evitarlo, mantenerse lejos de él, se sorprendía buscándolo entre la gente de la hacienda. Estaba mal, muy mal. Así que durante los días que él se mantenía ocupado con cada pormenor de la hacienda, ella decidió aprender a ser útil y convertir su miedo en valentía. —¿Está segura, señora? —Camilo inquirió sorprendido por su resolución. —Claro que lo estoy. ¿Acaso no me crees capaz? —arguyó ella con seriedad. —No, cómo cree. Es solo que…, bueno, no quiero que se accidente y luego,
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