35. Una dolorosa verdad
ArielToda mi existencia dejó de tener sentido en el instante en que lo dijo, todo, a partir de ese momento, comenzó a venirse abajo delante de mis propias narices.—No soy tu madre. —Dijo, de forma cruda, satisfecha y certera.Como si se hubiese quitado un peso muy grande de sus hombres al pronunciar aquellas cuatro palabras. ¡¿Pero que estaba diciendo?! Pensé al mirarla, pensé mientras esperaba estúpidamente que se retractara, que se riese en mi cara y asegurara de que se tratara de una maldita broma.Si, tenia que ser una maldita broma… por favor, tenía que serlo.—Estás mintiendo… —Murmuré, quise tanto estar tan segura de eso, pero sus ojos gritaban lo contrario, Dios mío…—. ¿Por qué estás haciendo todo esto?—¿No te das cuenta? —Me miró divertida, a
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