Silvia se vistió con una diva de rojo para sorprender a Henrry. Eran las ocho de la noche, ya se había puesto el vestido, este era largo, de un corte liso y pegado a su cuerpo, se sostenía sobre sus hombros con un par de tiras muy finas que dejaban al descubierto su piel tersa. Ernesto entró a la habitación donde ella se estaba arreglando y le entregó una copa de coñac. —Sé que aún es temprano, pero te traje este coñac, lo vas a necesitar. —Cada vez me sorprendes más, ya parece que me lees el pensamiento. Gracias por la copa. —Ella bebió un sorbo, Ernesto se acercó y con sumo cuidado le tocó el hombro, mirándola con admiración; luego deslizó sus dedos a lo largo del brazo con delicadeza, llegando hasta el codo, y volvió a subir despacio, después puso el dedo sobre sus labios maquillando en rojo. —Tienes la piel c
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