Diana giró su rostro levantando su mirada, aquella voz hizo que su corazón diera un brinco dentro de su pecho, las lágrimas se apoderaron de su rostro, se llevó las manos a la boca sin poder dar crédito a lo que veían sus ojos, parpadeó varias veces para estar segura, mientras él la observaba con ternura, entonces deslizó su pañuelo para limpiar su hermoso rostro. Diana se puso de pie, y sin pensarlo, un segundo se lanzó a los brazos de él, rodeándolo por el cuello, volviendo a sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su piel, y la seguridad que sentía estando en sus brazos. —¡Mi amor! —sollozó casi sin poder hablar. —¡Despertaste! ¡Regresaste conmigo! Rodrigo, la estrechó con fuerza entre sus brazos, aspirando de nuevo su exquisita fragancia, volviendo a sentir su calidez, sosteniendo el cuerpo de su esposa en sus brazos. — Sí, soy yo, tu gran amor. ¿Pensabas que me iba a rendir? —cuestionó, mientras le tomaba de la barbilla para mirarla a los ojos—
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