(Narra Fátima) He tenido que hacerlo. Bien sé que de cada una de mis decisiones penden cientos de vidas, en especial, la mía propia. Sin embargo, no sería humana si el sufrimiento de mi hija me dejase impasible. Ya he pasado de largo demasiado tiempo por delante de su dolor, consolándome con que lucho por un bien mayor. En esta batalla he perdido mucho. He dejado de respirar para mí porque llevo el aliento de otros dentro de mis pulmones. He esbozado una sonrisa falsa, me he vestido de estatua de hielo desalmada y he dañado intencionalmente a personas inocentes como medio para obtener un fin. Hace ya mucho tiempo, había contactado, a escondidas, con un español poderoso; y pensado, pobre de mí, que pronto vería el fin de mis males, o lo que es lo mismo, del imperio de Abdul Salem. El extranjero tenía una familia preciosa, compuesta por un par de mellizos hermosos y una compañera gentil. Era un paraíso terrenal hecho realidad. En silencio acariciaba la vana esperanza de formar un hoga
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