Al caminar hacia su trabajo, Catalina lleva puesto los audífonos, dónde va escuchando la lista de sus canciones favoritas. Al doblar en la esquina de la calle, con la principal avenida se encuentra frente a frente con Gabriel, su esposo; aún no se ha divorciado de él, no ha tenido la valentía de pedir el divorcio. Su cuerpo le tiembla, sus piernas y pies le pesan, sin poder dar un paso, se queda paralizada, sudando de miedo al estar frente al hombre, que constantemente le amenaza con matarla. Cómo de costumbre, comienzan los insultos, las amenazas, y los reclamos. La hace culpable, del fracaso de su matrimonio, sin poder emitir palabra, respira entrecortado, en silencio se aconseja, que tenga calma, que nada sucederá, que él no se atreverá a dañarla frente al escaso público que se desplaza en esos momentos, tanto de a pie como en vehículo. —Al fin te encuentro, te ves más delgada, al parecer no te dan descanso, dime ¿cómo te lo hace, mejor que yo? —Lo siento, debo continuar—dijo al
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