Enzo tuvo que llevarme a la cama cuando me dormí, y al despertar toda la habitación estaba llena de flores. Flores preciosas por todas partes que sólo dejaban hueco para ir al baño y a la puerta de salida. Me emocioné como una niña y tuve un momento muy ridículo bailando de alegría. Fui al baño, era lo primero que ya hacía siempre y me levanté la camiseta mirándome de perfil. Ese día se notaba, se notaba bastante y cuando me dejé caer la camiseta de manga larga (que era una de Enzo) se me marcó levemente. Estaba emocionada, por sentir aquello, por la navidad, por hacer un viaje a Rusia y por celebrar mi cumpleaños el dos de enero en Moscú. En realidad nunca dejé de echar de menos mi país, el poder entender tan fácilmente a las personas y el clima. Salí volando del baño y me agarré al pasamanos de la escalera para ir con cuidado. Olí el chocolate caliente y las tortitas, y ese olor se hizo más fuerte cuando abrí las puertas de la cocina. —Ummm —murmuré—. Podía olerlo desde arriba.
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