Su mirada no es la misma, hay algo en él que no es igual que antes. Es impactante ver los ojos de otra persona en los suyos. —¿Qué pasa? ¿No te da gusto verme? —inquiero, con la voz temblorosa. Trago en seco, siento un terrible nudo en la garganta, mis manos comienzan a temblar de repente. —No vuelva a llamarme por ese nombre, no me toque de nuevo, señorita... —Me dice aquello con un tono de voz grave y enojado, su mirada es tan fría como el hielo. Me quedo con la boca abierta y aprieto con fuerza la tela de mi pantalón al verlo dirigirse hacia la salida, esperando que el metro se detenga en la próxima estación. De un momento a otro no puedo pronunciar ni una palabra, un tremendo dolor se instala en mi pecho y estómago, como si hubiera sido herida de la peor forma. Las puertas se abren, él se aleja; mis pies corren como dos autómatas detrás de ese hombre, ese que estoy segura es Salvatore. No mira hacia atrás, parece que hiciera hasta lo imposible por caminar tan rápido y perderse
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