En sus brazos me siento protegida, reconfortada y querida. Es tan cálido, como el sol en verano; su olor a bosque absorbe todo el oxígeno que existe y lo único que quiero es que no me suelte jamás.—Tuve una niñez feliz sabes —comienzo a decirle con la voz rota aún por el llanto—, adoraba a mis padres, y ellos a mí. Al ser su única hija, no era de extrañar, y no por eso me consentían. Eran amorosos, pero no permisivos. Cuando cumplí diez años, comencé a sentir que algo iba mal conmigo, no podía correr como los otros niños, me cansaba muy rápido y me dolía con frecuencia el pecho, mis padres notaron mis cambios y me llevaron con rapidez a los mejores médicos.»Mis padres eran médicos cardiólogos, y estaban a la espera de un resultado que ya sabían de ante mano, cardiomiopatía hi
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