CAPÍTULO XXVI DOS DÍAS DESPUÉS Ella miraba hacia la calle repleta de personas a travez de la ventana del auto en movimiento, observando la manera en que caían las gotas de lluvia sin orden alguno, e igualmente compadeciendose de aquellas personas necias, que, a pesar de haber visto o escuchado el pronóstico del clima el día anterior salieron a la calle sin un paraguas. Asimilando su vida a todas esas pobres almas necias. Según el testimonio de Andrés, ella era culpable de la muerte de su prometida quien estaba embarazada de él. Era la palabra de un gran empresario, contrala suya, una gran desconocida. A pesar de haber penado en opciones para su beneficio, no halló ninguna, tampoco tenía la manera de sacar o conseguir la evidencia que
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