Estaba muerta, o al menos así se sentía Claudia mientras corría, desesperada, sabiendo que si se detenía sería el fin del camino. Atrás estaban ellos. Todos ellos. Había escuchado el ruido del portón abrirse y acto seguidos los de multitudes atrapadas en el trance de la oscuridad, persiguiéndola a ella, a una desconocida, movidos por cadenas de otro plano. Por favor, por favor pensaba Claudia al huir. Los Aleros eran un conjunto de casas de dos pisos a cada lado de la calle, con vías como pasillos torciendo a los lados, donde solo había más casas. Con el terror en la garganta, Claudia se acercó a uno de los domicilios y empezó a golpear l
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