Fuera de los muros del palacio real, el pueblo estaba sumido en la acostumbrada monotonía. La observación que Giselle había hecho a su paso era, hasta cierto punto, acertada. La gente iba y venía, sumida en sus propios problemas e importándole poco quien gobernara la ciudad. Gran parte de su indiferencia se debía, quizá, a que, en los pocos años de reinado de Iván, no se habían hecho grandes mejoras. La administración anterior, a cargo del rey Bastián, había sido poco menos que lamentable y desastrosa para la mayoría de los habitantes. Muchos habían emigrado en busca de mejores oportunidades y los que se habían quedado, no habían visto nunca grandes cambios, independientemente de quien estuviera en el trono. En cierto modo, era como si el pueblo no tuviera el menor interés en su rey. Por supuesto el pueblo, o al menos la mayoría, conoc&ia
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