Los demonios saltaron a nosotros, y en ese instante, lo único que se me ocurrió fue cubrir a Roderick con toda mi anatomía, pero él, como siempre, tenía otras ideas. —Fumiko, ¡aaaaah! —gritó mi hijo en medio del llanto, pidiendo ayuda a mi niña, supongo, como en aquella vez. Estaba esperando el ataque de los demonios, pero este jamás llegó. Abrí los ojos lentamente y observé a mi alrededor. Los demonios levitaban en el aire, desmembrados en el acto, parte por parte, cayendo como si no pudieran evitarlo. Roderick intentó salir de su escondite, pero no lo dejé. Le gruñí para que se quedara en su lugar. Moví mi cola sin poder evitarlo al sentir su aroma llenar mis cosas nasales, al verla a lo lejos. Sus manos estaban elevadas hacia nuestra dirección, de donde pequeños rayos de luz salían de su cuerpo y volvían a entrar en él. Sus ojos brillaban con fuerza, y su cabello de colores se movía violentamente con el viento. Ella gritó algo, y de la nada, el lobo gris de la otra vez apareció,
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