Estaba en mi cuarto, frente al espejo, vistiéndome para acompañar a Valery a la carrera. La habitación estaba desordenada, como siempre. En una esquina, sobre la silla que usaba para dejar la ropa cuando no me daba tiempo de guardarla, había una chaqueta de cuero negra arrugada, junto a unos pantalones de mezclilla y unos botines. Mi cama, grande y con sábanas negras, estaba apenas hecha, con el edredón arrugado y la almohada fuera de lugar. Los papeles con garabatos de mis ideas para la tarea estaban esparcidos sobre la mesa del escritorio, junto a la laptop que casi nunca apago.La luz tenue de la lámpara del techo caía suavemente sobre la habitación, iluminando las paredes llenas de posters de motos y mapas de circuitos, todo combinado con el estilo rudo que tanto me gustaba. No había mucho más, pero era suficiente para que me sintiera cómodo aquí. Mi cuarto siempre había sido mi refugio, el lugar donde desconectaba del caos del mundo exterior.—¡Adeus, te buscan! —escucho la voz de
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