Respiré hondo antes de abrir la puerta de la habitación de Mauro. Efectivamente, Lucía estaba ahí. Se había sentado de espaldas a la puerta, el pie del suero junto a su silla. Estaba inclinada hacia adelante, una mano de Mauro en la suya. Di un paso procurando que me escuchara. Miró por sobre su hombro, lista para mandar al diablo a quien fuera, pero al verme su cara se transformó. Abrió la boca, tratando de decir algo que se le ahogó en la garganta. Los ojos se le llenaron de lágrimas.Un instante después estaba agachado frente a ella, abrazándola, y Lucía escondía su cara contra mi cuello llorando con todas sus fuerzas. Tuve que morderme la lengua para no hablar mientras ella balbuceaba culpas y disculpas que no hubieran tenido sentido para nadie más. Aguanté, aguanté, el pecho doliéndome cada vez que la sentía estremecerse, sin atreverme a de
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