CAPÍTULO XXXVI. EL ANUNCIO AnissaLos días pasaron a una velocidad tremenda. O, quizá, fue solo la impresión mía, con lo nerviosa que me sentía. Cual fuera el caso, los nervios que me atacaban en aquel momento eran inmensos, colosales. Mis manos temblaban y el frío que se revolvía en mi estómago me recordaba a las ventiscas del invierno.La noche del anuncio, finalmente, había llegado.Me miré en el pequeño espejo del dormitorio y tomé un largo, muy largo, suspiro. Había aprovechado un momento para ir allí. Necesitaba estar a solas, aunque fuera por unos pocos minutos. Observé mi reflejo y parpadeé varias veces. El uniforme era especial; un vestido de color beige, con mangas largas un poco abultadas y cuello blanco redondeado, ad
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