CAPÍTULO XX. OJOS DE PLATA AnissaAún con lo agotada que me sentía, debí levantarme a primera hora el día siguiente, al igual que el resto de mis compañeras, para limpiar. Parecía que el trabajo en el Palacio era interminable, pues, si haber decorado y organizado fue una odisea, limpiar y recoger todo era la cereza del pastel.Y lo peor era que ni siquiera tenía del todo claro que me alegrase el hecho de que eso fuera lo último que debía hacer antes de poder volver con mi tía, ya que lo que me esperaba en casa tampoco era precisamente alentador. De pronto, me veía atrapada entre dos mundos y la parte de mí que se resistía a aceptar su realidad, prefería sumergirse en el extenuante trabajo, con tal de no pensar en su situación.Sin embargo, era imposible no hacerlo. T
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