Samuel. Un tono. Mi impaciencia. Dos tonos. Pasos ligeros por la habitación. Tres tonos. Me paso las manos por la cabeza, nervioso. Cuatro tonos. Y resoplo molesto. Cinco tonos. Y salta el puto contestador. “Hola. Soy Poli. Seguramente estoy ocupado en un asunto importante. Si lo tuyo también lo es… deja tu mensaje después del tono” - Poli, llamamé, joder, es importante – colgué el teléfono, dejándolo sobre la mesa, y caminé a paso ligero hacia la cama, observándola, allí dormida, sin poder creer aún tenerla de nuevo de esa forma. Aún no podía creerlo, cuando la llamé anoche y la encontré totalmente destruida, porque un imbécil se había atrevido a golpearla, a abusar de ella. Lo habría matado. A ese hijo de p**a. Pero llegué demasiado tarde. Me acerqué, despacio, levantando la mano, dubitativo, rozando su mejilla, sin atreverme a hacer más, pues ella ni siquiera er
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