Romer tenía el rostro compungido. Un olor a aceite quemado con una mezcla de incienso socavaba su cordura. Eran dos olores muy diferentes, pero no por la diferencia de esencias. Uno de ellos parecía más real que el otro. Miró sus pies, los cuales estaban descalzos y sucios, buscó cerca las botas que siempre cargaba sin encontrarlas por ningún lado. Suspiró con frustración y miró al frente. Una gran pared de concreto gris limitaba su espacio, pero al adelantarse unos metros, observó que a su izquierda el camino seguía. No entendía muy bien donde se encontraba, pero por alguna razón, debía seguir por allí.Caminó varias horas, parecían días caminando sin llegar a ningún lado. Cruzaba por las esquinas con la esperanza de salir, pero nada le indicaba que aquello ocurriría. De repente, escuchó una risa. Sabía quién era y significó música para sus oídos. Sonrió de forma tierna y siguió la ligera carcajada. Con los ojos bien abiertos, divisó a lo lejos una figura de mujer. Canela. Gr
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