Tres meses; noventa y un días, ese era el tiempo que había transcurrido. Desde entonces, Anya solía tomar duchas largas, muy largas. A veces rompía su piel con la esponja en un inútil intento de sacarse la suciedad que sentía encima. Aquello la había marcado, la había roto, le había arrancado un pedazo de alma y no sabía si era posible recuperarlo.No era ella misma desde entonces, mientras bailaba, buscaba su rostro entre público, no para enfrentarlo o acusarlo, temía ver aquel rostro, temía encontrarse otra vez con esos ojos color miel.Lo único que borraba por momentos la continua sensación de miedo y ansiedad, era el alcohol, tenía que estar ebria para olvidarlo todo, olvidar la piel de ese maldito imbécil bañada en sudor, el peso de su cuerpo sobre el de ella, su respiración anhelosa, sus gemidos complacidos y la palma de su mano recarga
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