Con el pasar de las semanas conseguí adaptarme cada vez más al ritmo que aquí se lleva.El levantarse temprano, ducharse, desayunar, limpiar, lavar tu ropa a mano. Por medio de Ian, uno de mis compañeros de celda que tiene apenas dieciocho años, conocí a otros reclusos que estudian para terminar la secundaria. Me ofrecí a ayudarles, reforzando lo que no entienden, por lo que me gané el apodo de “El Profe".Pero al terminar todo eso, llega la nada, es como la publicidad de un refresco de hace un tiempo. Lo peor no es eso, cuando llega la nada, me invaden todos los sentimientos de culpa, el extrañar a mi hermanos, arrepentirme de todo lo que he hecho, pero lo que más me ataca es extrañar a mi pequeño ángel.
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