116. El Miedo Definitivo
Se hacía difícil acordarse de respirar mientras lo contemplaba. Jim no dormía, sólo descansaba, los ojos cerrados, una mano en el pecho. Y ella se esforzaba por mantener el equilibrio en aquella cuerda floja entre la fascinación y el miedo a este hombre tan real a su lado, desnudo, relajado, indefenso por propia elección. Ahora sabía que Jim había dicho la verdad. No se trataba de un capricho, ni un desafío ni un espejismo. Se lo había demostrado con una claridad meridiana que la había sacudido, y enfrentarlo la había dejado vacía por dentro. No quedaba nada. Todo había sido barrido a un lado por aquella comprensión, que se reía en la cara de cualquier otra idea, emoción, certeza, esperanza. Sólo podía admitir que Jim la amaba y la había dejado sin excusas. Entraba a trabajar en un par de horas y ni siquiera pensaba en moverse. Sus teléfonos permanecían apagados. Esa mañana, el mundo podía derrumbarse y no lograría distraerlos. La otra mano de Jim se
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