Como siempre, echados en los sillones, cada uno sumergido en la lectura y fumando hasta crear una espesa niebla en la habitación perfumada a casino, Amelia tenía como meta leerse todas las obras de Julio Verne, ya había leído Veinte mil leguas de viaje en un submarino, Viaje al centro de la tierra, y Cinco semanas en globo; Colline leía Los miserables; y yo leía Crimen y Castigo. Este era nuestro ritual, o podría decirse, nuestro club de lectura en la casa de la colonia Villa Tiscapa. Jamás vimos televisión o al menos que yo recuerde porque no teníamos un televisor. Al terminar de leer, cruzábamos las miradas y permanecíamos en silencio para escuchar el rugido de nuestros estómagos hambrientos, nos tirábamos una carcajada y planeábamos la cena, las bocanadas de h
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