Quito- Ecuador Diego, se llevó a la boca el jugo de naranja que reposaba, sobre la mesa, sacó del empaque las medicinas que tomaba para su depresión y ansiedad. Estaba superando poco a poco la enfermedad, como profesional de la salud era consciente que esas condiciones no se curaban de un día para otro, podrían pasar, meses, años, incluso toda una vida, claro que también él debía poner de su parte para ir superando todos sus tormentos, aún el dolor de la pérdida de su hija le quemaba el alma. Pamela, lo había aniquilado completamente como hombre, padre, profesional, ya nada le quedaba en el mundo exterior, no tenía un motivo, ni una razón, para querer estar fuera de aquellas cuatro paredes de la clínica de rehabilitación donde se hallaba internado. Terminó su desayuno, salió a caminar para respirar aire fresco cuándo la voz del padre Alejandro, lo hizo girar hacía la dirección en la que el sacerdote venia caminando. —
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