Aquel tiempo en el que era un amante de la vida, un explorador de personalidades, de cada una registraba en su libreta el rasgo más interesante o relevante, ya fuera para tener conocimiento del rasgo, o para adaptarlo a la suya, si era viable. Tenía una lista de los aspectos que no debía olvidar de su ser, por si algún día caía en distracciones o desencantos, y se le olvidaba ser él. Muchos recordaban a ese joven Gabriel Alejandro de veinte años, ese que todos querían y veían como un muchacho carismático, simpático, colaborador con cualquiera que se cruzara en su camino y ejemplar, innegablemente ejemplar. Nada ni nadie es perfecto decían los humanos, pero esta palabra tenía algo especial, algo que en un país de figuras históricas, podía sacarse del diccionario y tratar de transfigurarse a la realidad. Gabriel Alejandro buscaba ser perfecto, pero no por soberbia, po
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