Abrí la puerta de la casa y casi de inmediato su perfume me dijo que ahí estaba ella. Después la vi sentada en el borde de la ventana, me miraba, me esperaba, me escuchó llegar, como sea, sus ojos eran diamantes brillantes, su nariz estaba algo enrojecida, su quijada alzada, sus labios apretados, la ternura de su amor: esfumados.–Yvonne ¿por qué te fuiste? –Me acerqué a ella exigiendo una respuesta o por lo menos una reacción pero ninguna de las dos cosas obtuve–te busqué por todo el pueblo, temía que te hubiese sucedido algo–Ya estaba frente a ella, había llorado pero estaba erguida, mirándome–¿puedes explicarme donde te metiste? –ni pestañeaba solo me miraba a los ojos con cierto ¿descaro? –Yvonne ¿podrías decirme que pasó?–¿De verdad crees que soy yo la que debe decirte que pas&oa
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