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19 chapters
El carnaval de las almas perdidas (sexta parte)
 El despacho de Jorge Vargas era una oficina bastante agradable donde Rodrigo y yo éramos atendidos amablemente, sentados en sillas frente a su escritorio. El sujeto era un abogado fiscal que trabajaba en la Fiscalía de Delitos Sexuales, de poco más de 40 años, ataviado con traje, estaba perfectamente rasurado y tenía un buen cabello negro ondulado. Podía considerársele atractivo. —Usted fue uno de los pocos niños supervivientes del Orfanato Ruther –mencionó Rodrigo. —Así –reconoció— tenía unos 14 años cuando salí de ese espantoso lugar. —¿Qué... clase de cosas pasaban allí? –pregunté. —Toda clase a abusos y malos tratos –dijo con una cierta sombra en su mirada— resulta difícil sólo recordarlos. Me refiero a verdaderas torturas co
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El carnaval de las almas perdidas (séptima parte)
 —¡Damas y caballeros! –decía la voz que reconocí como proveniente del gemelo masculino Arkham, me encontraba sumida en una abismal oscuridad incapaz de reconocer donde me encontraba, aunque consciente de que era un sueño— ¡Niños y niñas! Ante ustedes el peor de todos los fenómenos... Una mujer muerta por dentro. Capaz de ver y hablar con los muertos desde muy niña, pero cuya extraña anormalidad nigromántica se acrecentó cuando su esposo e hijo fueron asesinados a sangre fría. Ella misma murió esa noche, no sólo en su alma lacerada, sino en su cuerpo ultrajado y torturado de manera horrible. Pero su cuerpo fue resucitado, sí, así como lo escuchan, resucitado por diabólicos rituales realizados por la madre bruja de éste fenómeno. Así, es ella un cadáver reanimado, aún cuando parezca estar viva porque, rea
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La Casona
Cuando era un niño, mis padres y yo nos mudamos a la vieja casona que solía pertenecer a mi abuela, y que fue heredada por mi padre tras la muerte de ésta. El enorme caserón databa de principios de siglo. Aunque con algunas reparaciones, modificaciones y accesos nuevos agregados a lo largo de las décadas. Era de un estilo clásico, de dos pisos, con altos techos y paredes de madera carcomida y muy vieja, como la mayor parte de sus pisos, salvo una sección adoquinada en adobe en la cocina. Bastos pasillos se extendían siniestramente, franqueados por puertas misteriosas, cual sendero macabro. Con el paso de los años la casa se había convertido en un espantoso vergel de locura arquitectónica. Una pesadilla de ángulos y percepciones geométricas imposibles. Sobre las asediadas tablas corroídas por las inclemencias de los insectos y los elementos, se dibujaban monstruosas figuras;
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La Sed
Flor siempre había maldecido su destino. Nunca comprendió porque tenía que ser ella, precisamente ella, quien tuviera la desagradable, repulsiva e insoportable tarea de cuidar a ese anciano asqueroso. Tenía veinte años y debía de estar disfrutando su juventud con amigos y novios, pero no cuidando a un anciano agonizante. Cada vez que el maldito viejo le girtaba para darle órdenes, Flor se estremecía de odio, de asco y dolor. Recordaba con ira todo el sufrimiento que le había proporcionado y su corazón se inflamaba en un corrosivo rencor. Al principio el anciano daba órdenes como un dictador. Postrado a una cama no tenía más opción que gritarle día y noche; “Tráeme la comida, zorra, Quiero agua, prostituta, Acomódame la almohada, estúpida, Cámbiame el pañal cerda, Tráeme el periódico maldita”. P
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La visita de medianoche
LA VISITA DE MEDIANOCHE Nunca fue mi intención matar a esa persona. En serio, nunca quise hacerlo. Aquella noche cuando salí de la fiesta de la empresa estaba pasado de copas y quizás no debí haber manejado, pero ¿Quién iba a saber que eso pasaría, por Dios? En verdad me siento terrible por lo que sucedió pero no creo merecer este castigo infernal. Mi mente se encuentra atormentada por esta pesadilla de la que no puedo despertar… Aquella fatídica noche que arruinó mi vida para siempre y quizás condenó mi alma a un suplicio eterno, transitaba yo por el túnel del Zurquí con una torrencial lluvia bajo los efectos de bebidas embriagantes nublando y entorpeciendo mi mente. Los relámpagos violaban la oscuridad cíclicamente y los enormes goterones empujados por una estremecedora ventisca dificultaban el manejo. De
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Los que cruzaron el Abismo (primera parte)
—Sal —le dijo uno de los militares abriendo la puerta de su celda. La luz que penetró a través de la entrada le lastimó los ojos. Era muy temprano en la mañana y ella estaba durmiendo. El sol aún no salía y de todas maneras, era invierno. Meredith estaba aún sobre la cama de su estrecha y aséptica celda, debajo de las raídas cobijas. Se cubrió los ojos con el antebrazo para protegerlos del resplandor. —¿Me da tiempo de alistarme? —le pidió al gringo hablándole en su mal inglés. —Rápido —ordenó él y cerró la celda de nuevo. Meredith se levantó del duro catre pegado a la pared y que sólo tenía un colchón que no era demasiado cómodo. Vestía en ese momento sólo una camiseta sin mangas y su ropa interior. Se estiró, bostezó y en
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Los que cruzaron el Abismo (segunda parte)
 Al atravesar el agujero negro los cinco viajeros experimentaron un dolor imposible de describir. Era como si cada molécula de su cuerpo, cada fibra de su ser, fuera estirada y torcida caóticamente. El suplicio era tan intenso e intolerable que pudieron haber enloquecido. Se encontraban justo en medio del vacío más absoluto, en la oscuridad más completa. No había aire que respirar, no había una mínima partícula de luz, todos gritaron pero sus gritos eran mudos ya que no existía el sonido. Aquella tortura fue tan terrible que todos se arrepintieron de inmediato por haber escogido eso en lugar de la muerte. Luego el tormento cesó. Salieron disparados a través de un portal dimensional abierto del otro lado y cayeron sobre lo que parecía ser tierra. Llegaron incapacitados. Habían salido ciegos del agujero negro, pero no mudos. Gritaban con todo su ser como una
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Los que cruzaron el Abismo (tercera parte)
 La conmoción de atravesar el abismo tuvo los mismos efectos tortuosos que antes. Los cuatro convictos aterrizaron esta vez sobre una superficie fría y nevada. Quizás por el temor a ser acechados por algún elemento de la fauna local, o porque ya habían experimentado aquel dolor antes, se recuperaron un poco más rápidamente. —¿Qué es eso? —preguntó Kane observando hacia la distancia. En el horizonte nublado y bajo una copiosa nevada que dificultaba la visión, se podía observar una siniestra silueta aproximándose. De lejos parecía un gigante antropoide con tres cabezas, aunque cuando estuvo suficientemente cerca como para ser distinguido se dieron cuenta que esa criatura distaba mucho de ser simiesca. Para empezar no tenía cabeza realmente, sino tres ojos que brotaban directamente de los hombros y que se extendían como los ped&uacut
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Los que cruzaron el Abismo (cuarta parte)
 Ahora se encontraban en medio de un vasto y yermo desierto. El cielo en ese mundo era de un tono anaranjado e iluminado por tres soles de diferente tamaño. La arena no era como la de la Tierra pues tenía un olor acre y una textura diferente. —Este lugar se ve aún más inhóspito que los anteriores. —Pero miren —dijo Meredith señalando hacia el cielo—, hay vida. Una veintena de criaturas sobrevolaban por el cielo. Tenían una forma aplastada y romboide que les permitía planear. No tenían plumas, sino que estaban cubiertos por una piel gruesa y rugosa, totalmente lampiña. Sólo tenían un ojo ubicado en el frente y parecían ignorar a los recién llegados. —Será mejor que exploremos este sitio —sugirió Harrison—, y busquemos agua y comida o moriremos. Dejamos las mochilas de superviv
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