CAPÍTULO 55. DUEÑA DE MIS PROPIOS ACTOS.
Habían pasado una noche maravillosa, sin embargo, las horas fueron transcurriendo, a Liuggi le preocupaba que Lisbani no se hubiera levantado. Se le acercaba, revisaba su respiración, se veía bien, mas no despertaba. Eran las cinco de la tarde y ni siquiera había comido, incluso la intentó despertar, pero ella no respondía, él había despertado al mediodía, daba vueltas en la villa, subía a verla, conversaba con su madre y volvía a subir. Así pasó la tarde en espera de verla despertar, mamma Luisa, también estaba preocupada, y él temía haberse excedido, no podía tranquilizarse pensando lo peor ¿Si le pasaba algo por su impaciencia? La preocupación del hombre era notoria, por eso con toda la vergüenza del mundo, marcó el número del médico de Lisboa, aunque los había referido a uno en Florencia, ellos igual le seguían consultando, al responder el teléfono el médico, lo saludó y le hizo la pregunta. —Doctor Madeiros, ¿
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