Le habían sujetado los pies, las manos y la cabeza para inmovilizarlo. El verdugo enmascarado le miraba fríamente, el cabello oscuro y su piel morena denunciaban su origen. Se encontraba en un lugar que nunca había visto antes, pero que conocía muy bien. Muchos le hablaron de este sitio que, por suerte, nunca se cruzó en su camino. Sin embargo siempre estuvo consciente de que un día podía terminar aquí. Sabía, sin duda alguna, que no podría soportar lo que le hiciesen ni siquiera tomando algún narcótico de los que le recomiendan a uno cuando se decide a transitar por esa aventura, o mejor dicho, tortura.Todo era blanco, escrupulosamente blanco, lo que lejos de calmarle le ponía más nervioso. Si al menos fuese un calabozo, oscuro y con cadenas colgando de las paredes, uno sabría qué esperar, sabría que no existe la más mínima esper
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