—¿Quieres hablarlo ahora? ¿Podemos hablarlos tú y yo o podemos?—preguntó Carrick a su hijo mientras le abrazaba. Sebastian le devolvió el abrazo y sonrió asustado e inseguro, su padre le dijo mirándole a los ojos y con toda sinceridad: —Me encantaría que no te doliera. Hijo, no importa cuán pequeño sea lo que pase, sé que nos enseñan a no hablar de nuestros sentimientos, pero me importan los tuyos, eres mi hijo y no porque sea tu papá quiero regañarte o castigarte. Siempre puedes venir a mí. Isa es tu hermana y es lo más dulce de la vida. Amo lo unidos que son, pero yo quiero ser la persona en la que te refugias cuando tienes miedo, cuando tienes dolor, cuando no le encuentres el sentido a la vida. Voy a estar ahí, aunque no lo sepas. —¿Siempre?—preguntó mientras lloraba. —Sí, hijo, siempre. Soy un coñazo. Voy a estar toooda la vida pendiente de ti, hasta que no viva y si es posible después de la muerte. <
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