Akari lo miró, primero con timidez, presa de la sorpresa al escucharlo hablar con tantas libertades, y luego con inquietud. Minato se acercó, y Akari espetó: —La tienes fácil con estas cosas, ¿no es así? Bien que dices que te falta práctica y todo eso, pero ahí estás, con tus comentarios sagaces. Minato sonrió de forma cómplice al saber sus fechorías descubiertas, y se relajó. —Soy bueno para decir lo que pienso cuando quiero hacerlo. Es algo que ya debería saber, Akari-san. Akari respiró hondo, sin dejar de mirarlo, y sintió el frío recorrer su espalda en el momento en el que Minato aflojó el agarre para comenzar a acariciarlo. Su corazón dio un salto, y el rubio sonrió al contemplarlo nervioso, para bajar, hasta que posó sus labios sobre la frente ajena, dejando allí un suave y, tal vez, inocente beso. Minato se despegó y lo miró. Akari deshizo el abrazo, se acomodó en el mueble y lo miró a la cara. —Eres bueno para jugar tam
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