El golpe en la nuca lo hizo caer de rodillas, pero la fiera que se le fue encima, lanzándolo al suelo y golpeándolo hasta dejarlo casi inconsciente, fue una terrible sorpresa con la que Leandro no había contado. Desde hacía un par de horas había notado el movimiento fuera de la casa, y se había acercado, pistola en mano, creyendo que sería más que suficiente para someter a tres personas desarmadas y una moribunda. Lo que no sabía era que, con pistola o sin ella, Malena era un arma en sí misma, y una muy enojada por cierto.
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