Eli Foster se miraba en el espejo de su habitación. Desde niña pensó que el día de su boda seria quizás, un día especial. Anheló estar en el altar al lado de su amigo de infancia, del amor de su vida. Sin embargo, las cosas no resultaron así, aquel evento no era algo que se llevaba a cabo por amor, pero era lo mejor si se tomaba en cuenta la vida que llevaba junto a su madre. Una lágrima se le escapó mientras acariciaba los pliegues del vestido de novia. Nadie podía convencerla de no casarse, con esa boda su madre la dejaría en paz. Mirando a su alrededor sonrió un poco, su habitación era bastante sencilla, una cama, un tocador y su escritorio. Nada extravagante, de hecho, aquella habitación era igual que ella, sencilla. Aunque para su madre la palabra sencilla no describía a la habitación…mucho menos a Eli, para ella su hija era una simplona. Eli siempre supo que su madre sentía vergüenza de ella, aunque jamás comprendió por qué. Cuando cumplió
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