Cuando Ángelo la vio salir de la habitación, envuelta en la blanquísima bata de baño, con el cabello húmedo y tan relajada como una niña, creyó que le daría un infarto. Olía a esencia de frutas y a noche, y todavía no se había molestado en ponerse un par de chinelas.Él también se había bañado y cambiado de ropa, pero un pantalón pijama y una camiseta eran si dudas prendas menos provocativas que una bata de baño.
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