CAPÍTULO 7

— Esta es tu habitación. — dijo Ángelo casi con brusquedad, señalando el mismo cuarto donde ella se había quedado la primera noche — Mi dormitorio está a cinco metros, en la nevera hay cualquier cosa que quieras comer y si necesitas algo más puedes pedirlo.

La rueda de prensa se había desarrollado a la perfección, Kurt y John habían cubierto la salida sin dificultad y un cambio estratégico de automóvil cinco minutos después había permitido que los hermanos Di Sávallo se retiraran sin ser asediados por los paparazzi.

La conclusión: Malena era muy buena en su trabajo y Marco estaba más que feliz. Pero Ángelo no sabía cómo manejar la frustración que lo había carcomido toda la tarde.

Malena era todo lo que había deseado en una mujer, en la que fuera su mujer. Atrevida, demandante, fuerte, con un espíritu indoblegable y una sensualidad devastadora. Desde el segundo en que la había visto adueñarse de la situación en la callejuela oscura detrás del club había sabido que la quería para él.

Y el hecho de que a ella si siquiera le interesaran los hombres… era algo contra lo que sencillamente no se podía luchar.

— Pero yo no necesito quedarme aquí. — protestó la muchacha — Tengo mi propio departamento.

— Malena — dijo él sin ánimo para discutir pero también sin una gota de paciencia — Te pago para que cuides de mí veinticuatro horas al día, siete días a la semana…

— Con una noche libre.

— Con una noche libre, en efecto. Pero mañana, por ejemplo, debemos levantarnos muy temprano para ir al parque de servicios del Lancia. Te necesito fresca y preparada, y tu apartamento está al otro lado de la ciudad, a cuarenta y cinco minutos de tráfico. Ya he mandado a llenar tu closet con suficiente ropa y zapatos, de modo que a partir de ahora te quedarás aquí, y desafortunadamente eso no está sujeto a discusión. — declaró alejándose.

Y por menos que le gustara a la muchacha, aquella no era una decisión arbitraria. Ángelo tenía razón en sus argumentos y debía quedarse a vivir con él… pero ese era el problema. Malena no podía vivir en la misma casa con nadie, o nadie podría dormir. Cerró la puerta y se sentó en la cama, pensando en la mejor forma de pasar la noche sin despertar a Ángelo con sus gritos.

Era un penoso remanente de sus años en el ejército y de las incursiones contra la guerrilla. Tenía demasiados fantasmas y a menudo iban a visitarla por las noches.

Se metió en la ducha y se dio un largo baño caliente. Se puso el pijama más discreto que pudo encontrar y se metió en la cama, pero apenas cerró los ojos supo que aquella noche tampoco sus pesadillas harían una excepción. No valían vasos de leche caliente, ni pastillas para dormir, igual se despertaría gritando.

Sin embargo algo más importante le preocupaba, y era el hecho de estar tan cerca de Ángelo. Aquel hombre le ponía los pelos de punta. Ser su jefa de seguridad ya implicaba estar pegada constantemente a él, y Malena temía que de un momento a otro pudiera percibir el magnetismo que ejercía sobre ella. Era peligrosamente atractivo, y la muchacha pensó que si lo miraba demasiado terminaría corriendo hacia sus brazos, como los insectos hacia las llamas.

Pasó la noche igual de inquieta que siempre, pero la luz del día la recibió con la tranquilidad de que no había provocado ningún disturbio.

Cuando Ángelo salió de su habitación a las siete de la mañana la encontró paseando por la suite con su silenciosa belleza, la mirada perdida en algún punto en las paredes y ensimismada en las órdenes que emitía por el intercomunicador. Era eficiente, sin dudas, pero también era demasiado… femenina.

— Buenos días. — la saludó sin mucho ánimo.

Sin embargo el humor de Malena aquella mañana era realmente bueno.

— Buenos días. He pedido tu chocolate. Siéntate y desayuna.

— No tengo hambre.

Ángelo pensó pasar de largo junto a la mesa pero ella lo interceptó.

— ¿Puedo enumerarte la lista de actividades que tienes planeadas para el día de hoy?

— ¿Qué?

— Estaremos cinco horas en el parque de servicios del Lancia, después tienes una entrevista con un productor de televisión que quiere hacerte una propuesta y a las tres en punto quedaste para almorzar con el señor Michelli, que quiere negociar un lote de autos deportivos. Eso significa que a partir de este momento y en las próximas ocho horas es posible que no tengas tiempo de comer nada. ¿Serías tan amable entonces de tomar tu desayuno? ¿Por mí?

Lo dijo como si hablara con un niño testarudo. A pesar de lo recio de su carácter ya iba comprendiendo cómo sortear sus negativas, al final Ángelo y ella eran idénticos en algo: no aceptaban órdenes arbitrarias, pero cuando había argumentos bien fundamentados accedían sin dudar.

— ¿Acaso tienes miedo de que me desmaye?

— ¡Por supuesto! La hipoglicemia es tan válida para mujeres de cuarenta kilos como para hombres de tu complexión. — aclaró empujándolo hacia la mesa.

— ¿Temes no poder cargar conmigo?

— He cargado con tipos más grandes que tú. Pero eso significaría que no llegarías a tus citas y que yo estaría haciendo mal mi trabajo.

— Ya veo.

Ángelo se sentó y bebió de mala gana la taza de chocolate, aunque en verdad estaba muy bueno. De modo que Malena se preocupaba por él hasta en ese mínimo aspecto… ¿¡Pero cómo era posible que a una mujer así no le gustaran los hombres!?

— ¿Sabes? Vas a tener que empezar a pagarme triple, porque ahora también organizo tu agenda y me ocupo de que comas. — rio ella — Además de tu jefa de seguridad soy también tu asistente personal y tu niñera.

— ¡Muy graciosa! — el italiano le hizo una mueca y salieron.

Durante todo el tiempo que estuvieron en el parque de servicios del auto, el equipo de seguridad mantuvo a raya a periodistas, fotógrafos y fanáticos, y Ángelo se alegró a pesar de todo de su indudable efectividad. La verdad era que no tenía nada que hacer con el coche, estaba de vacaciones después de todo, pero sentarse tras aquel volante lo ayudaba a liberar más tensiones de lo que cualquiera hubiera podido imaginar.

Malena lo vio acariciar el auto con la misma delicadeza que se debía acariciar a una mujer, y no pudo evitar preguntarse cómo sería aquel hombre en la cama. Era un repunte de curiosidad que no había logrado olvidar desde el mismo momento en que la había llevado en brazos.

¿Hasta dónde le estaba interesando Ángelo? Y se dijo que era una de las tantas cosas que el ejército le había echado a perder: la intuición amorosa.

A pesar de las citas que tenía después, iba vestido con cierta informalidad. Vaqueros, polo negra y cazadora, lentes oscuros y el cabello revuelto. Era un hombre seductor hasta el más alto grado de peligro.

Dar un par de vueltas al circuito relajó a Ángelo, y cuando finalmente se reunió con el productor la propuesta que recibió no le pareció en absoluto descabellada. Un anuncio de televisión por la Seguridad Vial, era algo bueno que podía hacer por la sociedad y sin dudas sería un aporte al buen nombre del Imperio.

— ¿A quién tendría como contraparte? — se interesó.

— A Francesca.

— ¿La modelo de Valentino?

— Esa misma. Ha aceptado hacer el anuncio pero sólo si lo hace con usted. De modo que si no acepta la perderemos también  a ella. — suspiró en productor, intranquilo.

— Entiendo, y por supuesto estaré feliz de ayudarlo. Pero me gustaría conocer a la señorita Francesca antes. ¿Será que pueda ponerse en contacto con ella y pedirle que me llame?

— ¡Por supuesto! ¡Claro que sí!

Ángelo miró a Malena de reojo, buscando una respuesta a su evidente intención de entablar relación con otra mujer, sin embargo no percibió ni la más mínima señal de incomodidad.

Parecía ensimismada en cualquier pensamiento ajeno a aquella conversación, pero en realidad estaba preguntándose hasta dónde llegaba la arrogancia del millonario para estar tan seguro de que una modelo de Valentino correría tras él.

— Le he dado tu número de teléfono al productor. — le avisó Ángelo cuando la reunión hubo terminado — La señorita Francesca debe llamar en las próximas horas, concierta una cita para cenar, digamos… en una semana.

— ¿Ni siquiera vas a hablar tú con ella, Di Sávallo? — se sorprendió Malena.

— Si de verdad quiere cenar conmigo con que tú le hables le bastará.

La muchacha evitó hacer el gesto contrariado que tenía en mente. No podía creer que aquella fuera la forma en que usualmente tratara a sus conquistas, pero tampoco le extrañaba que pensara de aquella manera. Aunque fueran famosas modelos, las mujeres no debían ser demasiado resistentes a sus encantos, o a su dinero.

En cualquier caso él era solo su jefe, podía hacer con su vida su santa voluntad y ella no tenía derecho ni siquiera a inquietarse por eso… Entonces ¿por qué se inquietaba?

— ¿A qué restaurante quieres llevarla? — preguntó sin hacer una sola inflexión de voz que pudiera delatarla.

— A cualquiera, lo mismo da. Puedes elegir entre la larga lista de restaurantes excesivamente lujosos que…

Pero de repente se detuvo, escrutó el rostro de Malena un instante y luego se metió las manos en los bolsillos y elevó los ojos al techo como si pensara en algo realmente importante.

— ¿Sabes qué? — terminó por decir, clavando en ella sus ojos verdes — Mejor que sea en mi suite. No tengo muchas ganas de ser fotografiado y a fin de cuentas todos sabemos cómo y dónde terminará la noche.

La insinuación no podía ser más clara, pero el pecho de Malena siguió subiendo y bajando con la misma regularidad mientras tomaba nota en la agenda electrónica.

— ¿Qué tipo de comida prefiere?

Ángelo entrecerró los ojos con furia, la evidente provocación ni siquiera la había inmutado.

— Tailandesa.

— ¿Alguna otra indicación?

— Ninguna, salvo que no te quedes demasiado cerca. ¿Te parece?

— Por supuesto, Di Sávallo. — contestó Malena, convencida de que esa última pregunta no era precisamente una oportunidad para que ella opinara.

— ¿Es que nunca vas a llamarme “señor”? — espetó él, no encontrando al parecer ninguna otra falta con la que desahogarse.

— Créeme, no querrás que llegue el día en que te llame “señor”.

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