Prisionera del Mago
Rosseta por orden de su despiadado padre fue entregada como ofrenda al malvado mago Albuz, con la única condición de que el eterno invierno llegara a su fin y tener paz. Él acepta a la insípida hada y su ira calma, pero recae con gran fuerza en ella, teniendo en mente extinguir la poca luz que le queda convirtiéndola en una prisionera. Al pasar del tiempo se da cuenta que su duro corazón por primera vez empieza a latir, cosa que es extraña para él
- Albuz, toma la mano de tu esposa. - habló Golfo, tenía que iniciar con la ceremonia.
- No será necesario. - respondió con una voz de destello a horror. - sólo pon los anillos y termina con esto de una maldita vez por toda. - agregó molesto.
Golfo acostumbrado a sus malos humores no lo contradijo y ordenó a su aprendiz que lo hiciera. El muchacho tembloroso tomó los anillos que se encontraban sobre un cojín. Ambos eran de oro, pero sólo uno de ellos estaba hechizado para que no quemara la piel de Rosseta. Con mucho cuidado los puso frente a la pareja.
Albuz con tal de liberarse en cuanto antes, tomó el anillo que le correspondía a Rosseta y se lo puso en el dedo anular con algo de brusquedad. Rosseta observó el anillo de Albuz, era su turno de hacerlo, en cuanto las yemas de sus dedos tocaran aquel metal de oro, se quemó y lo soltó al instante.
- Maldita sea. - gruñó Albuz con un semblante bastante duro y arrugado que provocaba miedo indefinido. Tomó el anillo él mismo y se lo colocó, miró para donde Golfo y habló. - doy por terminada esta boda. - fueron sus últimas palabras que resonaron con gran fuerza por todo el palacio. Dio media vuelta y se alejó a pasos grandes.
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