—Paola, por favor. Al menos espera a hablar con Joseph. —Lo siento por usted, doña Aurora, usted me cae muy bien y le estoy agradecida por abrirme las puertas de su casa, pero no voy a esperar que ese hombre le haga un desprecio a mi hija, yo me voy. Paola fue a la habitación y se metió al baño para que Emily no la viera llorar de frustración, se miró al espejo y como cuando era una niña se dijo a sí misma. —No te importa lo que digan los demás, importa lo que somos en nuestros corazones. Pero entonces más lloró, porque tiene en el alma penas y remordimientos por actos que la hacen sentir una mala persona. Finalmente dejó de verse al espejo, pues no le gustaba lo que veía y tampoco lo que era y fue a llenar de nuevo sus maletas de la ropa que tanto avergonzaba al chef Joseph. Apenas unos quince minutos después, Paola escuchó la puerta de la habitación, fue a abrir y era Joseph, se veía molesto y tenía puesta su filipina, obviamente Aurora le avisó y vino corriendo d
Paola tragó su orgullo, por su hija que no merecía andar del timbo al tambo, se puso su mejor vestido, no era acorde a su edad, pero en el ropero de la iglesia había poco para elegir, al menos tenía poco uso, era verde y tenía mangas anchas y falda plisada. Joseph discutía con Pierre el menú del día siguiente, estaba por llamar a la organizadora y cancelar todo el asunto de la boda. Ya estaban por dar el alta médica a Alfredo y Joseph no tenía más remedio que entregarle la presidencia a él. Escucharon unos ligeros golpes en la puerta de la oficina de Joseph. — ¡Adelante! —dijo Joseph. Paola recordó su entrada al consultorio cuando pensó que era el médico, abrió con sumo cuidado un poco sin ver dentro. —Se puede, ¿está presentable? —Inquirió Paola sin ver. Joseph escuchó la voz de Paola y también recuerda la escena del consultorio, entonces vio a Pierre. —Pase, pero Pierre está en ropa interior —dice para molestarla y Paola cierra la puerta de un golpe. Pie
Paola estaba en la cama y tenía puesto un batín de seda negra, su cabello estaba suelto, secado en ondas y era castaño muy largo y brillante. Sin embargo en cuanto Joseph la vio no prestó atención a su vestimenta, lo primero que vio fue su cabello que antes jamás detalló. Ya él sabía que su rostro era hermoso, pero su cabello le pareció aún más. Pero dicho rostro estaba ya casi sin maquillaje, ella era un mar de lágrimas silenciosas, Joseph suspiró, de ninguna manera pensaba que esto podía ser bueno. «Después de todo igual me dejarán antes del compromiso» —No es justo Paola, tuviste muchas oportunidades de arrepentirte, no puedes dejarme con la finca llena de gente. Paola negó con la cabeza. —Es que… —Paola sollozó con las lágrimas impidiéndole hablar y miró sus manos—. No tengo que ponerme. — ¿Qué? —Qué a menos que baje con la filipina del trabajo no tengo nada que ponerme, no enviaron el vestido que elegí —exclamó entre lágrimas. Joseph vio los vestid
Joseph tarde pensó que no debía traerla, que a su departamento no había entrado ninguna mujer desde Chloe y Paola le despertaba sus instintos primarios y eso era contraproducente para su convenio, sobre todo porque él estaba convencido que ella le tenía asco. «Recuerda que a ella le gusta Pierre y no seas baboso» — ¿Por qué no me habías traído?, supongo que viviremos aquí —le dijo Paola caminando a su lado rumbo al ascensor. —Después de casarnos viviremos en casa de mi abuela. — ¿Por qué no viviremos aquí? —Porque en realidad la finca es mía, debe ser el hogar del primogénito al heredar. — ¿Y tú abuela? —Ella tiene una casa, pero puede seguir viviendo allí, no sacaré a mi abuela de su hogar. —Podríamos vivir aquí nosotros, no tengo problema. —Debo ir, es la tradición. Ya habían subido el ascensor y en cuanto Joseph abrió la puerta de su departamento los recibió un perro. El perro grande y mestizo meneaba la cola emocionado de ver a Joseph, Paola se
Como Joseph vaticinó al siguiente día el restaurante estaba lleno de clientes, la repentina decisión de boda no fue tan escandalosa como el repentino amor que despertó entre ellos al punto de escapar para su propia fiesta. Joseph llamó a Constanza y ella de inmediato se presentó en el restaurante con su perpetua sonrisa. Ella no creía que Joseph estuviera enamorado de Paola. Joseph salió de la cocina a recibirla y ella le dio los acostumbrados besos en las mejillas muy contenta de que la hubiera solicitado. —Querido, lamento lo de anoche —expresó Constanza fingiendo tristeza. — ¿Qué es lo que lamentas? —Preguntó Joseph muy serio. Constanza perdió la sonrisa, Joseph la miraba exigente. —Te conozco Joseph, no eres de los que te pierdes y dejas tirada una fiesta, obviamente lo que ocurrió es que te diste cuenta que esa tercermundista sobrealimentada está muy por debajo de tu categoría. Joseph dio un golpe al suelo con el bastón. —Pues me conoces muy poco —respo
Paola se levantó de la silla, se sentía como si le acabaran de echar un balde de agua fría, camina de un extremo al otro de la oficina y Joseph la sigue. —Es que tú no me has dicho las palabras exactas, pero no ha hecho falta, a buen entendedor pocas palabras, y yo vi que… Joseph estiró su mano izquierda y atrapó a Paola de un zarpazo por la cintura y la atrajo hacia él y la besó con ardor que dejó a Paola sin habla. Paola estaba convencida que el primer beso que se dieron fue dado por el momento y como confusión de Joseph de la que ella se aprovechó, pero ahora no había duda. Paola puso las manos en sus hombros y plantó los pies segura de su equilibrio y se entregó al beso sin pensar en nada más. La lengua de Joseph acarició la suya al encontrarse y sus manos se aferraron a su espalda para pegarla más a él. Esta vez Joseph utilizó el mobiliario a su favor; estaba recostado en el escritorio y había soltado el bastón para poder abrazarla y comerle la boca mientras
Paola despierta en penumbras, trata de moverse y no puede, está amarrada en las manos y los pies, sentada en una silla y con una venda en los ojos. — ¡Auxilio! ¡Joseph! —Puede gritar todo lo que quiera señora, pero nadie vendrá a ayudarla. — ¿Quién es usted? ¿Qué quiere de mí? —Preguntó Paola muerta de miedo, el hombre le habla en español con acento venezolano y eso le llena de terror. —Usted y yo tendremos una muy seria y sincera conversación —expresó el hombre y Paola percibió como arrimó una silla y está muy cerca de ella. Joseph despierta también en un cuarto oscuro, pero no está amarrado, solo encerrado. — ¡Sáquenme de aquí! —grita y da golpes a la puerta, más allá escucha voces de hombres discutiendo. —Maldita sea, solo debían tomar a la mujer… —Te llamé porque Mickey no quiso esperar, ahora él está con la mujer y al hombre lo apartamos. —Ve con Mickey, acompáñalo que no quiero que le hagan daño a la chica, no estoy seguro de que esté implicada
A Paola la sacaron sin quitar la venda de sus ojos y la metieron en una camioneta junto a Joseph, él la sujetó de los brazos cuando ella se movió frenética queriendo defenderse. —Soy yo, estás bien. Joseph le quitó la venda de los ojos y Paola lo abrazó llorando y temblando llena de adrenalina. — ¿Estás bien? ¿Te hicieron algo? — ¡Schh! —Estamos bien. La van en donde estaban avanzó y cerca de la carretera principal un hombre con capucha abrió la puerta y ambos salieron a la noche solitaria. —Caminemos —dijo Joseph halándola del codo. — ¿Cómo hiciste para que nos soltaran? ¿Les pagaste? Joseph la miró y quiso decirle, pero se arrepintió y solo afirmó con la cabeza. —Creo que solo querían dinero. Paola vio a su alrededor. —No, ellos sabían quién era yo, creo que Wilmer los mandó —Paola paró y puso sus manos en el rostro—. Ay Dios mío, eran gente de Wilmer y ahora querrá matarme, debemos ir por Emily, me enviarán a prisión. Joseph fue por ella y la tom