Se me pegaron las sábanas aquella mañana, había tenido un sueño maravilloso en el que volvía a estar en casa, rodeada de papá, mamá y hasta el insoportable de mi hermano. Quizás aquello era una señal, quizás debía ir a visitarlos.Abrí los ojos, y lo primero que descubrí fue a Will, a mi lado.- No ha pasado nada – me calmó, antes de que hubiese pensando en ello si quiera – no soy del tipo que se aproveche de mujeres borrachas – se quejó. Sonreí, y le di un beso en la mejilla. Él era todo un encanto.Hice memoria, y recordé que la noche anterior habíamos terminado en su casa, bebiendo sin parar, contándonos anécdotas de cuando estábamos en la universidad, hasta que me quedé dormida en su sofá, hablando sobre hombres, con él besando mi frente.- La bebida es horrible – dije en mi defensa – no pienso volver a beber – rio, como si no pudiese creerme – lo digo en serio...- ¿Necesitas que te acerque al trabajo? – asentí – quedemos luego a tomar un café, ¿te apetece? – asentí, porque lo cie
¡Joder!Casi había olvidado lo que se sentía al ser tomada por él. Era demasiado placentero, no quería dejar de hacer aquello jamás, por muy capullo que fuese.Por si os interesa saberlo, estábamos teniendo sexo por quinta vez aquella noche. En aquella ocasión en mi cama.Justo iba a llegar a la locura, cuando él se detuvo, derramándose sobre la colcha de amapolas, gimiendo como un condenado. Miró hacia mí, tumbándose a mi lado, besando mi mejilla.- No quiero que dejemos esto ... - comenzó, haciendo que me girase para mirarle, mientras él acariciaba mi mejilla, sujetando un par de cabellos de mi flequillo detrás de mi oreja. Tragó saliva, antes de decir algo más – ... me da igual si es sólo sexo, o si es algo más – No dije nada, sólo le miré, mientras levantaba la mano, apoyando mi cabeza sobre mi brazo, logrando que él hiciese lo mismo, para luego buscar mi mano, entrelazándola con la suya. Sonreí – siento las tonterías que dije el otro día para intentar retenerte, Lena...- ¿Por qué
Tienes que ir a trabajar – resonaba en mi cabeza – No quiero ir a trabajar – repetía yo. Una y otra vez, como en un maldito bucle, mientras apretaba la cabeza contra la almohada, escuchando sus gemidos, al mismo tiempo que su cuerpo se echaba sobre el mío, con su miembro clavándose dentro, apretándome cada vez más al colchón.Sus labios mordieron los míos, sin dejar de hacerme aquello, llevándome a la más completa locura.- Deberías irte ya – dijo, entre jadeos, sin detenerse ni un poco – deberíamos parar.- No – contradije, mientras apretaba su trasero, para que no se detuviese, para que siguiese haciéndome aquello – no pares...- Tienes que ir a trabajar – añadió. Cada vez le costaba más hacerme aquello, sabía que quería hacer crecer el ritmo, que estaba a punto, pero, aun así, se resistía, porque quería hacerme disfrutar – tengo que ir a la universidad.- ¿Cuándo has crecido? – me quejé – Tú eres ahora el que tiene 35 y yo tengo 24 – bromeé, haciéndole sonreír, justo cuando apretó l
Estaba sentada en su salón, en el sofá, completamente desnuda, pues acabábamos de hacerlo por... había perdido la cuenta, la verdad. Me sujetaba la cabeza con la mano, mientras le observaba allí, con la mirada puesta en la mía, entrelazando nuestros dedos, con una sonrisa en su rostro, siguiendo mis pasos, colocando la cabeza sobre su brazo, lamiéndose los labios después.- Así que... - comenzó, con aquella voz provocadora que me volvía loca – Cuba, ¿no? – asentí, mientras él tiraba de mi mano para acercarme a él, haciendo que me escurriese por el sofá, hasta que encajamos perfectamente, entrelazando las piernas a su espalda, con él haciendo justo lo mismo. Acarició, mi barbilla, mirando hacia ese punto, sonriendo después – Vas a cambiarme por un cubano, ¿es eso? – rompí a reír, mientras él conducía su mano a mi cuello, y se quedaba allí, observándome – Puede que la tengan más grande, pero ... te aseguro que ellos no son como yo – sonreí, para luego apoyar la mano en su cuello, subiend
¡Dios! ¡Estaba muerta de sueño! ¡No había pegado ojo en toda la noche!Pero allí estaba, con mis gafas de sol, ocultando mis más que pronunciadas ojeras, ignorando los miles de llamadas perdidas que tenía de aquel niñato. Al que por supuesto volví a cambiarle el móvil en la agenda.Me despedí de la maleta y caminé hacia el avión. Tener dinero es maravilloso, ir en primera clase, poder pedir una copa de champagne para brindar por mi primer viaje en solitario, dejando todos mis pensamientos en Nueva York, no quería volver a pensar en toda esa m****a.Llegué al aeropuerto de José Martí en tan sólo unas horas, al fin y al cabo, Cuba no está lejos de Nueva York.Me hospedé en un apartamento en el barrio de Miramar, una de las zonas más adineradas de la ciudad, me puse algo cómodo y me marché a hacer un poco de turismo, ni siquiera deshice la maleta, tan sólo quería disfrutar del lugar, y olvidarme de todo lo demás.Era agradable pasear por aquellas calles repletas de niños jugando como si e
Seguíamos allí.En ese puto lugar, mirándonos, como si el tiempo acabase de detenerse, él seguía mirando hacia mí, tocándose la coronilla, algo decepcionado, resoplando, molesto.Justo iba a hablar para explicar ese malentendido, justo iba a explicarle que no era lo que estaba pensando, cuando Diego se me adelantó.- ¿Eres el novio? – preguntó, haciendo que por poco no me diese un maldito infarto allí mismo. ¡¿Qué coño...?! ¿Pero cómo se le ocurría decir algo como aquello? – No pienses cosas raras, tío – añadió, mientras Ares bajaba la mano, y se fijaba de nuevo en mí, relajando sus facciones, comenzando a ensanchar su sonrisa, mientras Diego seguía hablando – Sólo estoy aquí porque... hemos ido al Castillo del Morro y ha sudado mucho, y claro... - se abanicó un poco, algo nervioso, porque parecía que lo que estaba diciendo quizás podría malinterpretarse. Él no lo hacía, en lo absoluto, estaba pensando algo erróneo, pero no tenía nada que ver con que hubiese algo entre Diego y yo. No q
Le besaba apasionadamente, estábamos sudados y eso que acabábamos de ducharnos, era el maldito calor de la ciudad. Nuestros cuerpos estaban desnudos, sentada, sobre él, sin la menor intención de detenerme, pensé en algo que acababa de llegar a mi mente. El alcohol me hace preguntar idioteces, diré en mi defensa.- ¿Cómo fue la visita de los locales? – pregunté, él sonrió, divertido. Levantó la mano y acarició mis labios.- No creo que sea un buen momento para hablar ahora, Lena – me dijo, lanzándose sin más hacia mis labios.- Quiero hablar ahora – me quejé. Estaba muy borracha, por si lo dudabais. Sonrió, justo antes de contestar.- Fue bien – contestó, secamente.- ¿Encontraste alguno que...?- No – añadió, para luego lanzarse a mis labios, volviendo a besarme, respondiendo entre besos, como si fuese incapaz de estar lejos de mí – no había nada interesante allí – aseguró, apretando mi trasero con su mano libre, bajando la otra para apretar mi pecho, haciéndome estremecer – no podía c
Desayunamos cualquier cosa de camino al Hotel Saratoga, donde pudimos apreciar las maravillosas vistas del Capitolio, para luego tomar una bici-taxi y recorrer la bonita avenida de Carlos III, llena de comercios, carteles, viejos cines y sin dejar de hacer fotos. Aquello era una pasada, no podía dejar de sonreír, incluso me dolía la boca de hacerlo, y cada vez que miraba a mi lado, veía a ese chico de ojos azules que me traía loca.Terminamos almorzando en el balcón del Paladar de los Mercaderes, un lugar de ensueño, en el que parece que no ha pasado el tiempo, con él haciendo bromas sobre el menú, y yo destornillándome de la risa.Después nos pasamos por el Edificio Bacardí, el Teatro Fausto y el Teatro América, entre otros lugares interesantes.Y terminamos allí, en El Malecón, observando el bonito atardecer, unas vistas dignas de reyes, mientras los pescadores habaneros hacían su labor, de fondo, escuchando una bonita canción de los músicos callejeros, mientras los niños cubanos sal