Era algo profundamente doloroso, como si la hubieran golpeado con un mazo en medio del pecho, extendiendo aquella angustia desesperada por todo su cuerpo. Sentía que no podía respirar, todas sus alarmas se habían disparado de una vez y todas decían lo mismo: que algo estaba terriblemente mal.O el Diablo había cambiado de personalidad de un segundo al otro, o aquel hombre que estaba en su habitación no era el Diablo.Trató de mantenerse tranquila, espantando aquellas lágrimas que pujaban por humedecerle los ojos, pero se recordó que ya no era la misma Sammy que había subido a aquel avión, indefensa y aterrorizada.—Sí, tienes razón… —replicó aclarándose la voz—. Es que teníamos tan pocas cosas en la isla que arrastrábamos todo para todos lados siempre.Lo escuchó moverse a su espalda.—Lo sé… pero ya no necesitamos eso.Sammy pasó saliva y tomó una muda de ropa de la maleta.—Voy a cambiarme entonces… dame un momento.Se metió al baño y cerró la puerta con seguro mientras se cubría la
Decir que aquel vuelo era un infierno era poco. Sammy pasó todo el trayecto fingiendo que dormía, mientras Ángel la vigilaba, porque no estaba muy seguro de qué creer con ella. Era difícil sacarle información a una mujer dormida, y ella realmente parecía asustada y metida en una ostra.Era exactamente la misma chica que había conocido hacía tres meses, pero más nerviosa y eso era lógico. Sin embargo había algo en ella que lo hacía sospechar.—Sahamara… ya vamos a aterrizar, linda —intentó despertarla y ella se sobresaltó.Abrió los ojos, restregándolos y sintió la mano de Ángel sobre la suya.—¿Estás bien?Sammy asintió.—Sí, ya sabes que me sobresalto con cualquier cosa —mintió. Al parecer mentir iba a ser parte de su día a día en adelante.—No te preocupes, todo está bien, ya vamos a llegar… —sonrió Ángel con tanta naturalidad que Sammy se preguntó cómo era capaz de mentirle con tanto descaro—. Oye, hay algo de lo que quiero hablar contigo.—Claro, dime —accedió la muchacha.—Tuve u
Darío.Se llamaba Darío.Sammy ocultó el rostro entre las manos y sollozó, porque aunque ahora era una mujer fuerte, no podía olvidar el hecho de que se había enamorado de un hombre que le había mentido con lo más básico durante todo el tiempo que habían estado juntos. Se había enamorado de él como una estúpida y ahora estaba sola, de vuelta a una realidad que odiaba, rodeada de gente falsa, sin saber cuál de ellos quería lastimarla.¡Y él no estaba por ningún lado!¿Dónde se había metido?¿De verdad la había abandonado después de decirle que la amaba? ¿Eso también había sido falso? Sammy no lo creía, pero eso no cambiaba el hecho de que no estaba allí, con ella, enfrentando las consecuencias de sus actos.—Necesito que vengas a vivir conmigo, Lory. Al menos por un tiempo —dijo Sammy—. Sé que estoy poniéndote en peligro, pero no puedo confiar en nadie más.—Ni siquiera tienes que pedirlo, no iba a dejar que regresaras sola a esa casa —replicó Lory—. Vamos a descubrir la verdad juntas.
Veintiocho horas. Exactamente veintiocho horas, las más largas de su vida, habían pasado desde el momento en que a Darío le habían puesto aquellas esposas hasta que escuchó la voz incómoda de un oficial.—¡Rivera! ¡Tienes visita! —le gruñó mientras lo llamaba para que se acercara a la reja. Le puso las esposas de nuevo y lo sacó hasta un pequeño cuarto que debía ser de interrogatorio.Adentro había solo dos personas, y uno tras otro lo abrazaron, primero el Grillo Fisterra y luego Jacob Lieberman.—¿Dónde carajo estabas metido, Diablo? —le gruñó el Grillo.—OK, el cuento corto —suspiró Darío—. Me subí a un avión con la esposa de mi hermano. El avión sufrió un atentado: envenenaron a los pilotos. Nosotros nos salvamos porque yo llevaba mi paracaídas deportivo, pero igual casi no la contamos.—¿Nosotros quienes?—Sammy, la esposa de mi hermano y yo —aclaró Darío—. Tuvimos suerte de caer en las islas Midway, estuvimos allí hasta ahora, que llegó el personal rotativo de la isla y pudimos
Sammy arrugó el ceño cuando el auto en que Ángel y ella iban se detuvo frente a la verja de entrada, y aquella mujer les tocó en el cristal. —Señor Rivera, mi nombre es Alesia Mayers, soy periodista de Los Ángeles Times. Me ha llegado la noticia de su reciente unión con la señorita Reyes y quisiera solicitarle una entrevista, por favor. —La periodista dijo todo aquello de carrerilla, como si estuviera acostumbrada a soltar la mayor cantidad de información posible antes de que la dejaran con la palabra en la boca. Ángel y Sammy se miraron un poco contrariados, porque no habían pasado ni seis horas desde que habían anunciado su matrimonio en la empresa, y ciertamente ninguno esperaba aquello. —Por supuesto —accedió él con voz neutra—. Pase, la estaremos esperando en el jardín. El auto avanzó dentro de la casa y Sammy se bajó, deteniéndose frente a Ángel. —¿Estás seguro de que quieres hacer esto? ¿Dar una entrevista? —preguntó Sammy porque él se notaba visiblemente incómodo. —No se
Si había algo para lo que el Grillo Fisterra era rápido y efectivo -además de para pelear, claro—, era para organizar una buena jaula. Tenía los mejores contactos a lo largo y ancho del mundo y nadie le decía que no porque al menos hasta el momento, tenía a un peleador excepcional.Bastó que tocara a la puerta de Ethan Walker, para que el magnate de la industria farmacéutica americana / primera cabeza del clan Walker, pusiera a su disposición su mejor club y enviara las invitaciones pertinentes.En veinticuatro horas todo había quedado perfectamente organizado, aunque el Grillo sabía que a Darío no le interesaba nada de aquello. Solo quería pelear, pero si de todas formas iba a destrozarse los puños, mejor que lo hiciera por todo lo alto.Para las doce de la noche, el rooftop del club Kaleo estaba listo y lleno de gente, y el Diablo se paseaba solo en la jaula, reconociéndola.A Ángel Rivera se le heló la sangre cuando vio a su hermano allí, Sammy pudo verlo dibujado en toda su cara.
El silencio era absoluto, no se podía escuchar nada que no fueran los gruñidos sordos del Diablo mientras aquella chiquilla diminuta le apretaba las pelotas, hasta que tras él se escuchó el susurro de Jacob Lieberman mientras le decía:—¡Hazte el muerto!Sammy lo soltó de repente y lo vio clavar una rodilla en el suelo frente a ella, tratando de sobreponerse al dolor.—Espero que estés satisfecho —dijo mirándolo a los ojos—. Te quedó muy bien el teatro, a ti y al otro imbécil —Darío miró tras ella para ver a su hermano de pie en la entrada de la jaula—, pero ya se acabó.—¡Sammy…!Pero Sammy se dio la vuelta y taconeó sin titubear hacia la salida.—¡Sammy!—¡Que tengas suerte, Diablo! —le gritó Sammy alcanzando la puerta y se detuvo frente a Ángel—. Y tú, sal de mi camino antes de que te ofrezca el mismo tratamiento que a tu hermanito.Pasó a su lado y se dirigió a la salida. Los odiaba a los dos. Al Diablo más. Al Diablo mucho más porque Ángel no significaba nada para ella, pero al D
La madrugada le dio a Ángel Rivera dando vueltas por aquel despacho. Sobraba decir que la actitud de Sammy lo había tomado por sorpresa. ¡Miss Inocencia una mierd@! Era una pequeña fiera y había estado jugando con él desde el primer momento.¡Había estado jugando con él!Ángel no pudo evitar la sonrisa cuando recordó que le había dicho gay, que le había colado una mentira tras otra con aquella carita de niña inocente para acabar poniéndolo en evidencia delante de todo el mundo, lo mismo a él que a su hermano. ¡Era una psicópata! ¡Se había subido a aquella jaula y había agarrado a Darío de las pelotas como la más capaz!Apretó los puños y gruñó. Era demasiado evidente que algo había pasado entre ellos en esa isla, pero Sahamara… ¡Sammy! Sammy lo había dejado claro: ella no era de nadie.«Dijo que las cosas habían terminado entre ellos…», pensó. «Pero también te pidió el divorcio…», lo traicionó su conciencia.Básicamente los había mandado a volar a los dos. Pero él tenía algo que nadie