La desesperación era una cosa. Y luego estaba lo que Sammy sentía en aquel momento.Sus pensamientos estaban demasiado perdidos como para razonarlo, pero de ahí a la histeria debía quedar muy poco. Sentía que todo el cuerpo iba a estallarle, y aun así sentía que algo le faltaba, y no fue capaz de entender qué hasta que sintió el miembro de aquel hombre empujando contra su entrada.Decir que le dolía habría sido una absurda mentira, no le dolía nada, porque parecía que no era suficiente. Lo único que sentía era una presión agradable que no le bastaba. Cada músculo de su cuerpo se tensaba y se relajaba por segundos, dependiendo de… todo… De sus palabras, de la fuerza con que la penetraba, de sus caricias, de la forma en que la masturbaba con rapidez…Sintió el roce frío de una de las bolas del piercing dentro de ella. ¿Por qué se sentía frío? No tenía ni idea, pero era delicioso, como si pudiera saber exactamente por qué parte de su cuerpo iba.Gritó la primera vez que lo sintió retirar
Sammy arrugó el ceño mientras lanzaba un paquete tras otro en la gaveta. ¿En qué segundo exactamente había perdido la vergüenza…? ¡No lo sabía! Lo cierto era que se había frustrado terriblemente al ver que todos los paquetes de condones eran tamaño estándar.—Eso es todo, bestiecita. Tendremos que ¡zaz! cortarte —suspiró Darío mirándose la entrepierna y Sammy le apuntó con un índice acusador.—¡No la asustes de esa forma que luego no quiere trabajar! —se rio porque ya había pensado en un plan alternativo.No era broma que la farmacia estaba bien equipada, y debía haber muchas mujeres en aquella isla al menos durante la mitad del año, porque Sammy no tardó en encontrar varias cajitas de parches anticonceptivos, y rezó para que no estuvieran vencidas. La mayoría sí lo estaban, pero dio con algunas que todavía servían y las sacudió en el aire para enseñárselas al Diablo.—¡Mira lo que encontré! —Y había tanta picardía en sus ojos que Darío solo la levantó, haciendo que enredara las piern
Darío sonrió con los ojos cerrados mientras sentía el pequeño cuerpo de Sammy acurrucarse contra su costado y morder sobre la piel tensa de su pecho.—¿No vas a sacar la corneta militar para despertarme hoy? —lo molestó ella.—Lo pensé, pero tú no estás en condiciones de soplarla —respondió Darío y Sammy lo mordió más duro.—¡Sucio! —rezongó incorporándose en la cama y frotándose los ojos para desperezarse—. ¿En serio podemos descansar hoy? —preguntó y lo vio asentir antes de tirar de ella y acostarla sobre él.—Sí, vamos a descansar, quizás podamos dar un paseo en la camioneta alrededor de la isla…—Eso solo toma diez minutos —rio Sammy porque la isla era realmente pequeña.—Pues le damos cuatro vueltas y hacemos un picnic afuera.—¡Ni loca! Los pájaros aquí son muy agresivos, y yo no estoy en condiciones de correr hoy —advirtió ella, pero cuando vio la cara de satisfacción del Diablo, se movió sobre él, rozando la pelvis contra su miembro hasta que le arrancó un gruñido—. ¡Correr es
—¡Auch! ¡Eso me dolió! —gruñó Darío. Sammy abrió mucho los ojos y soltó el cuchillo cuando vio la sangre corriendo desde su antebrazo—. ¡Recógelo, no te he dicho que lo puedes soltar! —gruñó él, pero a Sammy le temblaban los labios—. Solo es sangre, Sammy, no se me va a salir una tripa por ahí.—¡Me dijiste que lo habías envuelto bien en cinta…!—Pues atravesó la cinta, no pasa nada —aseguró Darío restándole importancia mientras se envolvía el corte y sonreía—. Míralo por el lado bueno… ¡me cortaste!Sammy gruñó con frustración y negó perdiendo toda la posición de ataque.—¡Odio esto! —exclamó y era la primera vez que se quejaba en semanas, así que Darío no la regañó, solo se acercó a ella, pasó un brazo detrás de su cintura y la atrajo para besarla.—Lo sé, princesa, pero ya hablamos de esto. En cualquier otra circunstancia no te obligaría, pero si tu vida llega a depender de esto, quiero tener la tranquilidad y la confianza de que puedes defenderte sola —le dijo con suavidad.—Habla
—¡Saaaaaaamyyyyy!En dos segundos Sammy había llegado al borde del agua. Su primer instinto, el básico, era gritar por ayuda, pero sabía que nadie la ayudaría; y el segundo que era echarse al agua para llegar a él, fue ahogado inmediatamente por cada cosa que el Diablo le había enseñado.—¡No puedo con él! —gruñó entre dientes desesperada mientras su corazón se disparaba—. ¡No puedo con él, no puedo con él…! ¡Mierd@! —rugió porque Darío le doblaba el peso y aunque nadara los treinta metros hasta llegar a él, no lograría sacarlo rápido, si era que lograba sacarlo.Lo vio manotear tratando de alcanzar algo a su espalda, y Sammy sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero meterse al mar era inútil; ese otro instinto, menos básico y más inteligente que él había desarrollado en ella, se lo decía.La guía vibró punto a su pie y Sammy echó a correr hacia la camioneta. Sacó el carrete, lo pasó por uno de los tubos gruesos del parachoques y se envolvió el cordel en las dos manos antes
—¡Ay Dios! —Fue todo lo que salió de la boca de Sammy cuando lo vio abrir los ojos y tratar de sonreír.Le dio un beso urgente en los labios mientras lo llenaba de lágrimas y él solo pasó un brazo a su alrededor para estrecharla.—¡No me vuelvas a hacer eso! —lloró ella y Darío besó su frente con suavidad.—Te lo prometo.Sammy trató de limpiarse la cara mientras lo miraba bien, como si no pudiera creer que estuviera despierto.—¿Cómo te sientes? —le preguntó.—Me duele. Siento que me dieron una paliza tres rusos de cinco metros… —sonrió—. Pero voy a estar bien, princesa.—¿De verdad? —Sammy hizo un puchero asustado que derritió al Diablo.—Te lo juro —le aseguró con una sonrisa—. Gracias por salvarme la vida.—¡Yo no hice nada, tú me dijiste todo lo que tenía que hacer…! —murmuró ella.—¡Oye… me sacaste del agua! Y no gritaste «auxilio» ni una vez. Estoy muy orgulloso. Ahora yo también tengo una caballerita de brillante armadura.Sammy lo abrazó de nuevo y se quedó así con él un larg
Hacer que Sammy comiera durante los próximos días fue una tarea titánica. Darío sabía que no lo hacía a propósito, ni porque fuera majadera; simplemente el estrés no la dejaba pasar nada y si era honesto, él estaba igual. Más que el propio bebé, le preocupaba que no tenían las mejores condiciones para cuidarlo, porque por más que tuviera la esperanza puesta en el dichoso barco de los científicos, no había ni una sola garantía de que realmente iban a llegar.Por fin, cinco días después, Darío se levantó temprano y se dio cuenta de algo importante.—¡Viva la revolucióoooooon! —gritó y Sammy levantó su cabecita desgreñada del susto.—¿Qué, qué…? ¡Qué revolución ni qué nada, Diablo! —gruñó dejando caer de nuevo la cabeza sobre la almohada, pero él se inclinó sobre ella y susurró en su oído.—Está corriendo la sangre…Sammy se sentó de golpe y miró la mancha roja sobre la sábana.—¡Aaaaaaaahhhhhh! —gritó saltando sobre la cama como si tuviera cinco años— ¡No estamos embarazados!—¡No estam
—No te muevas, princesa…Sammy estaba hecha un ovillo sobre la mesa de la terraza, medio aturdida entre el cansancio, el sueño y el éxtasis, mientras Darío estaba sentado en una silla frente a ella, mirándola como si fuera de oro y no parara de brillar. Le apartó el cabello de la cara y cuando la vio sonreír el primer pensamiento que le llegó a la cabeza fue: «¡Es una puñetera loca!».Sammy abrió los ojos y lo miró. Se había puesto el pantalón de nuevo y estaba acariciándole el cabello con una mano y una pantorrilla con la otra mientras la tenía frente a él, como un centro de mesa.—¿Ves que siempre estás en modo «tierno»? —murmuró ella y Darío rio.—¿Sabes que vas a estar de reposo una semana, verdad?Sammy levantó una ceja sospechosa.—Uuuuy, el entrenador va a tener que suspenderme las clases, tengo un justificante… soy una lisiada sexual…La carcajada de Darío se extendió por la casa mientras negaba.—Por ahora nos conformaremos con llamarte Bambi.—Mmmmm… por saltarme tus entrena